Plaza Garibaldi CdMx: lugar perdido en el tiempo
La Plaza Garibaldi es un lugar conocido por la presencia de los mariachis y elementos representativos mexicanos; aquí, una mirada sobre lo que significa para la Ciudad de México.
Garibaldi, antes llamado como la patrona de los músicos, Santa Cecilia, es un lugar que, desde entonces, se ha caracterizado por las fiestas y la música. Aquí, el silencio es sólo un rumor. Aquí, la noche se parece al día por las luces exorbitantes de sus negocios. Aquí, el mexicano se hace más mexicano. Aquí, en Garibaldi, pocos esperan al futuro.
Cómo es Plaza Garibaldi
"¿Una canción, señora?"
Le dice un hombre, vestido de mariachi, a una mujer que pasa de largo por la Plaza Garibaldi. Hay sol y es día entre semana, todo lo contrario a ese espectáculo nocturno que uno piensa cuando le mencionan el nombre de lugar.
Garibaldi es hijo de su tiempo: un mito popular que las películas del cine de oro mexicano nos ayudaron a pensar como ese sitio en el que la música, la fiesta y la vida nunca paran. El lugar del palomazo, las canciones regionales y, por poco se me olvida, el mariachi.
Pero hoy, Garibaldi luce desangelado. Unos cuantos señores mayores le ofrecen a los curiosos que pasan alguna canción. Los precios, desde los 100 pesos por pieza. Casi nadie se atreve a aceptar y a los hombres vestidos con sus trajecitos no les queda más que resignarse y volverlo a intentar cada tanto.
Antes de llegar a la plaza, un pasillo largo lleno de negocios varios –comida, helados, farmacias, hoteles–, escoltado por una decena de palmeras y decorado por estatuas de los personajes que nos enseñaron cómo se deben cantar esas canciones que llevamos años y años tratando de revivir.
Sin embargo, lo que más resalta en la antesala es un Dr. Simi vestido como un mariachi. La forma de avisarte que estás entrando a una zona ajena al resto de la ciudad. Un hueco entre el frenesí del Centro Histórico y el glamour de las torres ñoñas de Reforma.
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"¿Una canción, muchachos? Ándenle, anímense, sirve que la conquistas". Le dice un mariachi con su traje blanco a una pareja de jóvenes, que igualmente rechazó la oferta.
Adornada con plantitas por una reciente remodelación, la plaza tiene casi el mismo número de mariachis que de policías. Casi en silencio, el sonido de las trompetas se muerde y se atreve por ratos a interrumpir la canción de Bad Bunny que un restaurante atrevió a poner.
No hay mejor forma de convencernos de que vivimos en un lugar fuera de lo común que el turismo. ¿Cómo no lo sería, si hay colombianos, peruanos, franceses y americanos que vienen hasta acá sólo por una canción? Garibaldi es ese lugar que nos aferramos tener para rescatar lo endémico: guitarras, piñatas, los moño mariposa.
¿Qué es un mariachi?
En la sombra y alejado del recio sol, descansa sentado en un banquito Pablo Meza, de 78 años. Su rostro arrugado, sus ojos apachurrados por los años y sus manos gruesas. Pablo, desde hace 50 años, es mariachi y toca la vihuela, una especie de guitarra tamaño dinosaurio.
Para Pablo convertirse en mariachi fue cuestión de familia: papá le enseña a hijo, hijo aprende y se gana la vida cantando; una vez ahí, el hijo se enamora de lo que hace. Como casi todos los que llegan a Garibaldi, llegó como un turista, y pronto se convenció, y convenció a tantos más, que ese es su hogar.
“Yo me crié en el campo, en Veracruz; desde pequeño me gustó la música. Ya de grande me vine para acá y me dediqué al mariachi. Me vine a la Ciudad de México para eso. Nuestra música es nuestras raíces, lo tradicional de México, el mariachi es conocido hasta internacionalmente”.
Un mariachi trabaja para fabricarnos emociones. Acompañan las pérdidas en los sepelios; hacen más jugoso el gozo del cumpleaños. Trabajan en la informalidad. Trabajan y cantan y tocan. Trabajan sin la certidumbre de que mañana tendrán algo para comer. Son, finalmente, artistas.
Ese estilo de vida los llevó a ser dependientes de la sociedad, misma que no les pudo seguir respondiendo por un virus que nos mandó a encerrarnos desde el 2020. Los orilló a buscar otras formas para tratar de sobrevivir, cosa que algunos no consiguieron.
“Tuvimos casi dos años inactivos; nos afectó porque teníamos clientes establecidos. Por lo regular, estábamos encerrados. No había actividad aquí y la situación era muy complicada; alrededor de 200 compañeros murieron”, dijo Alberto, mariachi que, a diferencia de los demás no viste traje; sólo se distingue con unas fotos de tiempos añejos, las cuales tiene pegadas a unos cartones ya aguados por el constante toqueteo.
Los miro y, en su mayoría, estos hombres portan sus pantaloncitos entallados, sus bigotes, sus zapatos puntiagudos. Cargan sobre sus hombros la responsabilidad de ser la representación del macho mexicano.
Pero la realidad está lejos de esa percepción rancia: los mariachis en Garibaldi forman parte de un sindicato que les da ayudas de vez en cuando, estudian música en sus tiempos libres, trabajan en grupos de cinco o seis y consideran que la violencia no les pertenece.
El 14 de septiembre de 2018, seis sicarios de la Unión Tepito se vistieron de mariachis: llevaban armas en estuches de música y mataron a balazos a seis personas en la plaza. El hecho es reconocido por todos los que trabajan en Garibaldi, quienes te señalan en qué lugar se cometió el crimen.
Óscar Humberto Arriaga, mariachi que perdió sus dos piernas años atrás y hoy ofrece sus servicios junto a un grupo, considera una ofensa el homicidio múltiple. Para él, llevar el uniforme significa unión.
“Me siento orgulloso de traer el traje tradicional de mariachi, porque le canto a todo el público; le doy servicio a todo público, sea rico o pobre, no hay diferencias. Portar un traje de mariachi es estar unido a un grupo, que los mismos compañeros te apoyen y tú a tu grupo”, dijo Óscar, que lleva sobre su silla de ruedas una trompeta.
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El origen del nombre Garibaldi
Para sorpresa de nadie, el nombre de Garibaldi no es mexicano. La plaza fue bautizada así en honor a un ciudadano del mundo.
Giuseppe Garibaldi nació en 1879 en Italia. Llegó a Chihuahua para explotar una mina de oro; no obstante, en 1911, se unió a la Revolución iniciada por Francisco I. Madero, que lo defendió de aquellos que se opusieron a que perteneciera al movimiento por ser extranjero.
En 1912, Giuseppe salió de México y no regresó más. Pese a ello, en 1921, la entonces plaza Baratillo (antes plaza de Santa Cecilia) fue rebautizada como plaza Garibaldi.
El origen del nombre de la plaza es un resumen casi cruel: Garibaldi es ese lugar en el que hasta los más extranjeros pueden sentirse un poquito mexicanos o, al menos, lo que ellos creen que es ser mexicano.
Garibaldi, un lugar detenido en el tiempo
Los trajes, las canciones, los edificios viejos. Cuando alguien llega a Garibaldi quizás tenga la idea de que es un lugar atrapado en el pasado, donde la fiesta evita que la noche se acabe y que el tiempo siga su camino.
Ojalá fuera así, nos quitaría responsabilidad de pensar en el ansiado mañana; sin embargo, Óscar Humberto Arriaga tiene más clara su visión de Garibaldi: el tiempo no para; las cosas, las personas y los lugares ya no son lo que fueron –o pensamos– que fueron.
"Cómo Han Pasado los Años. A mí me gusta mucho esa canción; para mí ya están pasando, siguen pasando. Mientras no se acabe el mundo, siguen pasando los años y viene nueva generación. Puede ser que después de mi generación sigan llegando mariachis”, dijo Óscar cuando tiraba su cigarro y echaba a andar su silla de ruedas para ir con su grupo a cantarle una canción a un grupo de mujeres que finalmente aceptó.
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KT
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