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FMI aconseja dejar la austeridad a un lado

El FMI y el Banco Mundial recomiendan a los países más ricos que emitan deuda y gasten, aunque algunas naciones en desarrollo enfrentan recortes debido a la pandemia.

Editorial Telediario Nacional /

ESPECIAL. - Esta fue la semana en la que fuimos testigos del funeral de la austeridad. Aquellas personas que solían adorar en su altar ahora instan a los países a abandonar toda precaución.

La ortodoxia fiscal, que se practicó durante décadas desde las crisis de deuda e inflación de las décadas de 1970 y 1980, se reemplazó con el activismo fiscal. 

A medida que las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial terminaron de forma virtual en Washington, muchas de las figuras más importantes de la cúpula —y en los departamentos de investigación— de estas instituciones cantan una nueva melodía sobre la política fiscal. 

Carmen Reinhart, economista en jefe del Banco Mundial, recomendó a los países que pidieran grandes préstamos durante la pandemia. “Mientras la enfermedad está desatada ¿qué más vas a hacer?”, pregunta.

“Primero te preocupas por pelear la guerra, luego averiguas cómo pagarla”.  Reinhart fue una de las principales defensoras de la austeridad hace una década después de publicar un artículo de investigación en una etapa similar a la crisis financiera de 2008-2009.

Llegó a la conclusión de que “las cuestiones tradicionales de la administración de deuda deberían ocupar un lugar prioritario en las preocupaciones de política pública”. 

El propio FMI advirtió después de esa crisis financiera que “muchos países enfrentan la necesidad de grandes recortes en el futuro”, pero ahora les dice a todos los países que tienen acceso a los mercados financieros que emitan deuda y gasten sin la perspectiva de austeridad más adelante. 

Mientras encontraba inspiración en el novelista ruso Fyodor Dostoyevsky, Kristalina Georgieva, directora del FMI, mencionó que “solo una cosa importa, ser capaz de atreverse”.

Tanto las economías avanzadas como muchas emergentes tomaron muy en serio el consejo de la líder del Fondo mientras luchan contra el coronavirus. 

El FMI estima que los países aumentaron el gasto o redujeron los impuestos en 11.7 millones de dólares hasta ahora, 12 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 2020. 

Para poner esto en perspectiva, hace poco más de una década y después de meses de discusiones, los líderes del G20 finalmente acordaron un estímulo equivalente a 2 por ciento del PIB mundial durante dos años después de la crisis financiera.

La política fiscal es diferente 

El consenso fiscal que prevaleció hasta los últimos años se basó en las lecciones aprendidas internacionalmente después del auge de las décadas de 1950 y 1960. 

La experiencia fue que subir o bajar los impuestos y el cambio del gasto público eran demasiado lentos en la mayoría de los sistemas políticos para poder controlar eficazmente el ciclo económico y, en cambio, tendía a amplificarlo. 

La política monetaria —que idealmente la establecen autoridades independientes en los bancos centrales— asumió ese papel.

La segunda parte de este consenso fiscal aceptó que la mejor política se enfocaría en la estabilidad a largo plazo de las finanzas públicas, asegurando que la deuda y los déficits cumplieran normas generales que casi siempre garanticen que los países que las cumplan no tengan dificultades para financiarse. 

Esto les permitiría concentrarse en mejorar la eficiencia de sus sistemas fiscales y el gasto público. Ese consenso todavía era dominante en el momento de la crisis financiera de 2008, que culminó en la declaración de la cumbre del G20 de Toronto en 2010 que destacó “la importancia de las finanzas públicas sostenibles” y advirtió que “los países con graves problemas fiscales deben acelerar el ritmo de la consolidación”. Grecia, por ejemplo, ya había perdido la confianza de sus prestamistas

Política fiscal sobre política monetaria 

La pregunta ahora es por qué la forma de pensar cambió de manera tan radical. Las respuestas cubren tres diferentes categorías: la amarga experiencia de la última década, el cambio de las circunstancias y política cruda. 

No cabe duda de que la década de 2010 fue una década difícil para casi todas las economías del mundo, con un crecimiento subyacente considerablemente inferior al esperado en el momento de la cumbre del G20 de Toronto. 

La mayor parte de esto tuvo más que ver con una caída global en el desempeño de la productividad subyacente que con las estrategias fiscales y el gasto público, pero incluso con la reducción del potencial de crecimiento, el desempeño económico decepcionó, en gran medida porque la política monetaria no tenía las armas para estimular suficientemente las economías. 

Los grandes bloques económicos del mundo nunca alcanzaron las condiciones que habrían inducido un rápido aumento de los salarios y la inflación, para que las tasas de interés pudieran subir a niveles más normales, a pesar del drama de funcionarios como Mario Draghi del Banco Central Europeo que hacían “lo que sea necesario”. 

La política monetaria simplemente no podría haber proporcionado el impulso de 11.7 millones de dólares que la política fiscal logró este año.

Después de la última década, en lugar de proteger celosamente su independencia, los banqueros centrales complacientes ahora hablan de la necesidad de una política fiscal para ayudar a evitar que la inflación caiga. 

En las últimas semanas, Jay Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), señaló que “la recuperación será más rápida si tenemos a las dos herramientas (fiscales y monetarias) trabajando juntas”, mientras que Andrew Bailey, el gobernador del Banco de Inglaterra, pidió “una coordinación muy estrecha y sensata” de las dos políticas económicas. También hay circunstancias económicas que no eran aplicables hasta hace poco. 

El principal cambio, que de manera más notable destacó Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI, es que con los costos de endeudamiento del gobierno en las economías avanzadas por debajo o cerca de cero y que probablemente se mantengan así, los países podrían permitirse pagar niveles considerablemente más altos de la deuda sin que esto represente una mayor carga para sus finanzas a largo plazo, porque es probable que las economías crezcan más rápido que los intereses de la deuda. 

Finalmente, ya no hay ningún deseo de austeridad después de la difícil década de 2010, por lo que el estado de ánimo político y público encaja con la nueva economía.

Podría decirse que la austeridad sembró las semillas de su propia destrucción al generar apoyo para políticos populistas como Donald Trump y Boris Johnson, que no tenían nada que ver con los difíciles problemas presupuestarios. 

Después de la crisis financiera, el expresidente Barack Obama y los políticos demócratas unieron fuerzas con los halcones fiscales republicanos en el difícil proceso de reducir el déficit de EU, solo para ver a Donald Trump ganar popularidad con enormes recortes de impuestos en 2017. 

En torno a Joe Biden, el demócrata nominado a la presidencia, no hay el estado de ánimo para jugar ese juego otra vez si gana el 3 de noviembre.

¿Es pronto para enterrar la austeridad? 

Sin embargo, sería un error decir que todo el mundo se adhirió al nuevo consenso de que los déficits y la deuda pública ya no importan. Incluso dentro del FMI hay tensiones. 

Si bien su director general insta a los países a atreverse a hacer cosas nuevas, los funcionarios aún insisten en la austeridad para los países que se ven obligados a pedir prestado al Fondo. 

Oxfam, la organización benéfica contra la pobreza, se queja de que el FMI impulsó las medidas de austeridad en 80% de los países que se vieron obligados a participar en sus programas de préstamos durante la pandemia del coronavirus. 

“Esta campaña de austeridad va a perjudicar a los países a los que dice ayudar y va en contra de los resultados de la investigación del propio Fondo, mostrando que empeora la pobreza y la desigualdad”, dice Ana Arendar, jefa de política de desigualdad de la organización. 

Pero no solo a las instituciones de crédito les preocupa que con el tiempo los países puedan necesitar un enfoque más conservador de la política fiscal. 

“Un aumento del déficit estructural fortalecería los argumentos a favor de las medidas de consolidación (de austeridad) pero aun así no querrías hacerlo demasiado rápido”, dice Robert Chote, quien acaba de dejar el cargo de jefe de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria del Reino Unido. 

Con el envejecimiento de la población en las economías avanzadas, es probable que esto se convierta en un problema cada vez más urgente en la próxima década.

La austeridad tal vez esté enterrada por ahora, pero si la suerte de los gobiernos no se sostiene en los costos de endeudamiento, y cuando llegue el envejecimiento, no hay garantía de que no resucitará.

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ESPECIAL. - Esta fue la semana en la que fuimos testigos del funeral de la austeridad. Aquellas personas que solían adorar en su altar ahora instan a los países a abandonar toda precaución.

La ortodoxia fiscal, que se practicó durante décadas desde las crisis de deuda e inflación de las décadas de 1970 y 1980, se reemplazó con el activismo fiscal. 

A medida que las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial terminaron de forma virtual en Washington, muchas de las figuras más importantes de la cúpula —y en los departamentos de investigación— de estas instituciones cantan una nueva melodía sobre la política fiscal. 

Carmen Reinhart, economista en jefe del Banco Mundial, recomendó a los países que pidieran grandes préstamos durante la pandemia. “Mientras la enfermedad está desatada ¿qué más vas a hacer?”, pregunta.

“Primero te preocupas por pelear la guerra, luego averiguas cómo pagarla”.  Reinhart fue una de las principales defensoras de la austeridad hace una década después de publicar un artículo de investigación en una etapa similar a la crisis financiera de 2008-2009.

Llegó a la conclusión de que “las cuestiones tradicionales de la administración de deuda deberían ocupar un lugar prioritario en las preocupaciones de política pública”. 

El propio FMI advirtió después de esa crisis financiera que “muchos países enfrentan la necesidad de grandes recortes en el futuro”, pero ahora les dice a todos los países que tienen acceso a los mercados financieros que emitan deuda y gasten sin la perspectiva de austeridad más adelante. 

Mientras encontraba inspiración en el novelista ruso Fyodor Dostoyevsky, Kristalina Georgieva, directora del FMI, mencionó que “solo una cosa importa, ser capaz de atreverse”.

Tanto las economías avanzadas como muchas emergentes tomaron muy en serio el consejo de la líder del Fondo mientras luchan contra el coronavirus. 

El FMI estima que los países aumentaron el gasto o redujeron los impuestos en 11.7 millones de dólares hasta ahora, 12 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 2020. 

Para poner esto en perspectiva, hace poco más de una década y después de meses de discusiones, los líderes del G20 finalmente acordaron un estímulo equivalente a 2 por ciento del PIB mundial durante dos años después de la crisis financiera.

 

La política fiscal es diferente 

 

El consenso fiscal que prevaleció hasta los últimos años se basó en las lecciones aprendidas internacionalmente después del auge de las décadas de 1950 y 1960. 

La experiencia fue que subir o bajar los impuestos y el cambio del gasto público eran demasiado lentos en la mayoría de los sistemas políticos para poder controlar eficazmente el ciclo económico y, en cambio, tendía a amplificarlo. 

La política monetaria —que idealmente la establecen autoridades independientes en los bancos centrales— asumió ese papel.

La segunda parte de este consenso fiscal aceptó que la mejor política se enfocaría en la estabilidad a largo plazo de las finanzas públicas, asegurando que la deuda y los déficits cumplieran normas generales que casi siempre garanticen que los países que las cumplan no tengan dificultades para financiarse. 

Esto les permitiría concentrarse en mejorar la eficiencia de sus sistemas fiscales y el gasto público. Ese consenso todavía era dominante en el momento de la crisis financiera de 2008, que culminó en la declaración de la cumbre del G20 de Toronto en 2010 que destacó “la importancia de las finanzas públicas sostenibles” y advirtió que “los países con graves problemas fiscales deben acelerar el ritmo de la consolidación”. Grecia, por ejemplo, ya había perdido la confianza de sus prestamistas

 

Política fiscal sobre política monetaria 

 

La pregunta ahora es por qué la forma de pensar cambió de manera tan radical. Las respuestas cubren tres diferentes categorías: la amarga experiencia de la última década, el cambio de las circunstancias y política cruda. 

No cabe duda de que la década de 2010 fue una década difícil para casi todas las economías del mundo, con un crecimiento subyacente considerablemente inferior al esperado en el momento de la cumbre del G20 de Toronto. 

La mayor parte de esto tuvo más que ver con una caída global en el desempeño de la productividad subyacente que con las estrategias fiscales y el gasto público, pero incluso con la reducción del potencial de crecimiento, el desempeño económico decepcionó, en gran medida porque la política monetaria no tenía las armas para estimular suficientemente las economías. 

Los grandes bloques económicos del mundo nunca alcanzaron las condiciones que habrían inducido un rápido aumento de los salarios y la inflación, para que las tasas de interés pudieran subir a niveles más normales, a pesar del drama de funcionarios como Mario Draghi del Banco Central Europeo que hacían “lo que sea necesario”. 

La política monetaria simplemente no podría haber proporcionado el impulso de 11.7 millones de dólares que la política fiscal logró este año.

Después de la última década, en lugar de proteger celosamente su independencia, los banqueros centrales complacientes ahora hablan de la necesidad de una política fiscal para ayudar a evitar que la inflación caiga. 

En las últimas semanas, Jay Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), señaló que “la recuperación será más rápida si tenemos a las dos herramientas (fiscales y monetarias) trabajando juntas”, mientras que Andrew Bailey, el gobernador del Banco de Inglaterra, pidió “una coordinación muy estrecha y sensata” de las dos políticas económicas. También hay circunstancias económicas que no eran aplicables hasta hace poco. 

El principal cambio, que de manera más notable destacó Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI, es que con los costos de endeudamiento del gobierno en las economías avanzadas por debajo o cerca de cero y que probablemente se mantengan así, los países podrían permitirse pagar niveles considerablemente más altos de la deuda sin que esto represente una mayor carga para sus finanzas a largo plazo, porque es probable que las economías crezcan más rápido que los intereses de la deuda. 

Finalmente, ya no hay ningún deseo de austeridad después de la difícil década de 2010, por lo que el estado de ánimo político y público encaja con la nueva economía.

Podría decirse que la austeridad sembró las semillas de su propia destrucción al generar apoyo para políticos populistas como Donald Trump y Boris Johnson, que no tenían nada que ver con los difíciles problemas presupuestarios. 

Después de la crisis financiera, el expresidente Barack Obama y los políticos demócratas unieron fuerzas con los halcones fiscales republicanos en el difícil proceso de reducir el déficit de EU, solo para ver a Donald Trump ganar popularidad con enormes recortes de impuestos en 2017. 

En torno a Joe Biden, el demócrata nominado a la presidencia, no hay el estado de ánimo para jugar ese juego otra vez si gana el 3 de noviembre.

 

¿Es pronto para enterrar la austeridad? 

 

Sin embargo, sería un error decir que todo el mundo se adhirió al nuevo consenso de que los déficits y la deuda pública ya no importan. Incluso dentro del FMI hay tensiones. 

Si bien su director general insta a los países a atreverse a hacer cosas nuevas, los funcionarios aún insisten en la austeridad para los países que se ven obligados a pedir prestado al Fondo. 

Oxfam, la organización benéfica contra la pobreza, se queja de que el FMI impulsó las medidas de austeridad en 80% de los países que se vieron obligados a participar en sus programas de préstamos durante la pandemia del coronavirus. 

“Esta campaña de austeridad va a perjudicar a los países a los que dice ayudar y va en contra de los resultados de la investigación del propio Fondo, mostrando que empeora la pobreza y la desigualdad”, dice Ana Arendar, jefa de política de desigualdad de la organización. 

Pero no solo a las instituciones de crédito les preocupa que con el tiempo los países puedan necesitar un enfoque más conservador de la política fiscal. 

“Un aumento del déficit estructural fortalecería los argumentos a favor de las medidas de consolidación (de austeridad) pero aun así no querrías hacerlo demasiado rápido”, dice Robert Chote, quien acaba de dejar el cargo de jefe de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria del Reino Unido. 

Con el envejecimiento de la población en las economías avanzadas, es probable que esto se convierta en un problema cada vez más urgente en la próxima década.

La austeridad tal vez esté enterrada por ahora, pero si la suerte de los gobiernos no se sostiene en los costos de endeudamiento, y cuando llegue el envejecimiento, no hay garantía de que no resucitará.

 

 

 

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