Cárcel de Venezuela que era operada por banda criminal tenía alberca, bares y zoológico
Algunos detalles de la prisión los dio la pareja de un recluso condenado por homicidio que vivió 7 meses ahí.
"Steak House. Enjoy", se lee en las paredes de uno de los restaurantes y bares del hoy desalojado penal de Tocorón, que la banda criminal Tren de Aragua había transformado en centro de operaciones con lujosas áreas de recreación.
El "steak-house" está al lado de la piscina, una doble pileta circular cruzada por un pequeño puente, y en la misma explanada se ve un parque infantil con toboganes.
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"La vida era más agradable y segura en la prisión que en la calle", dijo bajo condición de anonimato la esposa de un exrecluso, ahora trasladado a otro centro penal.
Más de 11 mil miembros de las fuerzas de seguridad ocuparon el miércoles la cárcel que controlaba esta banda que ha extendido sus tentáculos a varios países de América Latina.
Una treintena de periodistas no verán los túneles de hormigón excavados por la banda, cuyas imágenes circulan en las redes sociales, y tampoco los restos de un zoológico con sus flamencos rosas.
En una puerta de madera se lee "GNB (siglas de la militar Guardia Nacional Bolivariana): el tren se acabó".
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El Tren de Aragua, que supuestamente cuenta con unos 5 mil miembros, apareció en 2014 y opera en actividades mafiosas "clásicas": secuestros, robos, drogas, prostitución, extorsión. Ha ampliado también su influencia a otras actividades, como la minería ilegal.
Está presente en ocho países latinoamericanos, entre ellos Colombia, Perú y Chile. El crimen organizado contra la población carcelaria era una de las principales actividades de la pandilla.
Su líder, "El Niño" Guerrero, prófugo, se benefició de complicidad e incluso negoció con el gobierno para salir del penal antes de la operación de seguridad, según la ONG Observador Venezolano de Prisiones.
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Durante la visita, las excavadoras destruyen un pequeño "barrio" de casas de ladrillo, madera y chapa. Las autoridades no dan explicaciones, mientras las máquinas trituran paredes, ropa de cama, cortinas, baldes y otros enseres.
Rubeles Mejías, de 25 años y pareja de un recluso condenado a 13 años de prisión por homicidio, vivió 7 meses en la prisión. Sólo la dejó cuando su hija de 4 años tuvo que ir a la escuela.
"Había tranquilidad, había una piscina, un zoológico", explicó esta joven peluquera el miércoles a las puertas del penal y contó que el reo trabajaba en una pequeña tienda allí y le enviaba dinero para sortear la dura crisis venezolana. "Él es quien me ayuda".
JB
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