Crimen de familia sigue impune; inocentes pasaron 8 años presos (Primera Parte)
La madrugada del 7 de septiembre de 1994, Alfredo de 22 años, Karla de 17 y su pequeño hijo de 18 meses, fueron asesinados brutalmente a puñaladas.
ESPECIAL.- Cuando se comete un crimen, por aberrante que sea, se hace lo posible por ser éticos en el momento de la descripción, para no ofender la sensibilidad del lector.
También se evita señalar con crudos adjetivos a los homicidas. Pero en este caso, cuando el exceso de brutalidad es el factor principal para privar de la vida a una familia, entonces se rompen reglas.Es imposible no pensar en los asesinos como bestias diabólicas, porque a juicio de la misma sociedad, hasta merecen ser lapidados por su infamia.
Tal fue el caso que aconteció la madrugada del 7 de septiembre de 1994 y que por su magnitud conmovió no solo a la sociedad nuevoleonesa, sino también a la de otras ciudades.
Según las investigaciones, la noche del 6 de septiembre, el taxista Alfredo Aguillón, luego de su ardua jornada, llegó a su casa ubicada en la calle Monte de Toledo número 830, en la colonia Las Puentes séptimo sector, en San Nicolás.
Como lo hacía todas las noches, luego de estacionar su taxi, un auto Tsuru, entró a su casa y se sintió gratificado al ver que su esposa y su hijito amorosamente lo recibían.
Era un matrimonio joven. Él, de 22 años; su esposa Karla Patricia Martínez de Aguillón, de 17; y su hijito Alfredito, de apenas año y medio de edad.
A pesar de que eran muy jóvenes, los vecinos los admiraban. A él porque era trabajador y muy responsable. A ella por ser esposa y madre respetuosa y hacendosa.
A menudo se les veía a los tres juntos. Alfredo cargando a su hijito en sus hombros y a un lado Karla Patricia. Siempre amables, atentos y con la sonrisa en los labios.
Las risas de los tres eran, a menudo, escuchadas por los vecinos. Eran felices. Aunque no eran ricos tenían todo lo que podían pedir: juventud, amor, ilusiones y un pequeño por quién vivir y luchar.
Sin embargo, la felicidad, las risas y los hermosos sueños que la familia Aguillón Martínez tenía, una noche fueron cortados de tajo.
Fue en las primeras horas del fatídico miércoles 7 de septiembre de 1994. No hubo testigos. Algunos de los vecinos alcanzaron a escuchar gritos de auxilio.
Aunque despertaron, somnolientos no le dieron mucha importancia. Volvieron a dormir. Ni siquiera pensaron que algún vecino podría estar en apuros.
La Policía no recibió reportes. Al mediodía del miércoles, ninguno de los vecinos pudo pensar que un espantoso crimen se había cometido en el vecindario.
Todo parecía normal. No se les hizo sospechoso que a la familia Aguillón Martínez no se le viera. Como el taxi no estaba, supusieron que habían salido.
El jueves por la tarde, los vecinos percibieron que de la casa del joven matrimonio salían fétidos olores. Preocupados, se asomaron por las ventanas y puertas. Nada pudieron ver.
Uno de los vecinos que conocía al padre de Karla Patricia se comunicó con él. Le hizo saber su preocupación.
En pocos minutos llegó al domicilio. Su corazón latió con más prisa al percibir que la fetidez provenía del interior de la vivienda de su hija.
Con desesperación y presintiendo que algo malo había ocurrido, forzó la puerta principal y, luego de romper los vidrios de una de las ventanas, entró.
Un grito de terror brotó de sus labios. No podía creer lo que estaba viendo... Enloquecido lloró y volvió a gritar al distinguir frente a sus ojos una escena aterradora.
Sobre la cama se encontraban los cuerpos sin vida de su hija Karla Patricia, su yerno Alfredo Aguillón y su nietecito. Habían sido sacrificados a cuchilladas.
Los asesinos no se apiadaron ni siquiera de Alfredito. Con saña demencial lo apuñalaron en tres ocasiones por su espaldita. La escena era dantesca.
Alfredito, de apenas 18 meses, había muerto en el momento que, bañado en sangre y haciendo un esfuerzo sobrehumano, se arrastraba e intentaba subir a su cunita.
También Karla Patricia y Alfredo yacían sin vida sobre su cama. Estaban cosidos a puñaladas. Los habían asesinado con saña demencial.
Los vecinos, quienes también fueron testigos del horrendo crimen, lloraban y maldecían a los asesinos. No podían concebir tanta maldad. Tanta infamia.
Los judiciales, aunque estaban acostumbrados a ver horrendas escenas, en esta ocasión no solo se estremecieron, sino que hasta sollozaron al ver la forma tan atroz en que asesinaron a Alfredito.
La noticia sobre el asesinato de la familia Aguillón Martínez corrió como reguero de pólvora.
***El Diario de Monterrey*** (ahora ***MILENIO Monterrey***), el ***Extra*** y Telediario, con ética dieron la noticia sobre el asesinato de la familia Aguillón Martínez.
La sociedad nuevoleonesa, conmovida por el bestial crimen, exigió a la Policía la pronta investigación y la captura de los verdugos.
Aunque habían transcurrido 36 horas de que la familia Aguillón Martínez había sido sacrificada, un grupo de policías judiciales inició las investigaciones.
Los peritos descubrieron que los homicidas no forzaron las puertas. Lo que significaba que habían entrado con la autorización del jefe de familia o lo habían amenazado para que los dejaran entrar.
Tuvieron que ser tres o cuatro los asesinos. Todo indicaba que era una venganza. Mientras unos sujetaban al matrimonio, otros lo acuchillaban. A ella no la violaron.
Lo más insólito es que asesinaron al pequeño Alfredito con la misma saña que a sus padres. No se apiadaron de la inocente criatura.
También descubrieron que los autores del triple crimen se habían robado el taxi Tsuru en el que trabajaba Alfredo Aguillón.
La primera línea de investigación fue el robo. Pronto se descartó. También se pensó que había sido la venganza de un homosexual.La sociedad regiomontana de aquel tiempo, aún no perdía la capacidad de asombro porque había muy pocos homicidios en el ya lejano año de 1994 y cada noticia nueva sobre el crimen de la familia Aguillón era seguida con gran interés.
Esta historia continuará...
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