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Marcelo Garza, una carrera policiaca truncada por 2 balas

Un mes antes de su asesinato, el entonces director de la AEI había recibido varias amenazas de la delincuencia organizada tras detener a un capo.

Editorial Telediario Nacional /

MONTERREY.- Marcelo Garza y Garza nació para ser policía. Admiraba a su padre don Alejandro Garza Delgado, quien en la década de los setenta fue director de la Policía Judicial del Estado.  

De niño jugaba a ser policía, de adolescente anhelaba ser un gran detective, por eso estudió y se preparó física e intelectualmente para ser el mejor. 

Supo desde siempre que ser policía significaba disciplina, dedicación, honradez y sobre todo tener el espíritu para ayudar y proteger a la sociedad a la que un día serviría. 

Terminó sus estudios universitarios. Obtuvo su título de abogado, aprendió artes marciales y también se adiestró en el conocimiento y uso de las armas.

Bien se puede decir que la familia de Marcelo era **sui géneris**. Sus hermanos Alejandro y Javier, al igual que su padre, se inclinaron por la misma carrera de abogados enfocados a la investigación policiaca. 

Pero no por sus estudios y preparación iba a llegar como jefe. Marcelo tuvo que hacer carrera dentro de la corporación, a la que estaba dispuesto a servir.

Se inició en la oficina de un discípulo de su padre, el entonces director de la Policía Judicial, Fernando Garza Guzmán, como responsable del Departamento Jurídico y Proyectos Especiales.

Gracias a su entrega, fue nombrado después delegado en Nuevo León de la Procuraduría General de la República. 

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También fue director de Modernización Administrativa de la Procuraduría General de Justicia en el Estado de Nuevo León, hoy Fiscalía General del Estado. 

Luego de ocupar diferentes puestos importantes, en el 2004 fue designado director de la Agencia Estatal de Investigaciones de la misma procuraduría. 

Vivió tiempos difíciles. Fue cuando los cárteles que tenían sus bases en las ciudades fronterizas trastocaron Nuevo León. Iniciaron las ejecuciones por el control de la venta de droga.

 

Monterrey y su área metropolitana comenzaron a arder. Marcelo Garza, por su parte, se enfrentó desde la AEI a distintos grupos armados. 

Aunque sabía que su vida peligraba, era muy confiado. Tenía pocos guardaespaldas. A su chofer solo lo ocupaba para actos oficiales.

A pesar de que la violencia iba en aumento, Marcelo trataba de llevar una vida familiar como cualquier ciudadano, sin hacer muchos aspavientos. 

Estaba casado con la señora Alejandra y tenía dos hijas. Como cualquier  padre, todos los días llevaba a sus pequeñas a la escuela.

Cuando tenía eventos o fiestas con amigos o familiares asistía con la tranquilidad que le daba su buena conciencia. 

Aunque el personal de la corporación e incluso sus familiares le insistían que se protegiera más, que trajera guardaespaldas, él desistía. 

Marcelo estaba seguro que nada le sucedería aun y cuando al iniciar el 2006 anunció que haría muchos cambios.

Había detectado anomalías en la corporación, abuso de poder y hasta complicidad con el crimen organizado de algunos elementos importantes. 

Sabía que el enemigo no solo estaba en la calle, sino también dentro de la AEI, pero no se amedrentaba. Al terminar sus labores, confiado, se dedicaba a sus actividades personales.

 

Un mes antes de su asesinato, Marcelo había recibido varias amenazas de la delincuencia organizada, tras detener al capo apodado **El Tubi** y a 18 de sus hombres en un restaurante al sur de la ciudad. 

Justo el que sería su último día, 6 de septiembre del 2006, Marcelo anunció en una conferencia de prensa que serían removidos 61 agentes del Ministerio Público y 22 comandantes.

La abrupta decisión pretendía evitar que se siguieran arraigando las malas costumbres y complicidades entre los funcionarios.

En esa ocasión Marcelo Garza sintió pesado el ambiente. No todos estaban conformes con los cambios. 

Había unos 100 policías inconformes, entre ellos tres comandantes y 30 agentes especiales que fueron desarmados. 

Ese mismo día Marcelo Garza, después de su labor policiaca, abordó su auto y acudió a un evento en la colonia Del Valle.  

 

Despreocupado como siempre, caminó por la plaza Fátima. Ahí lo esperaba su esposa y sus hijas para acudir a una exposición pictórica en el Centro Cultural. 

Pero cuando estaba a punto de reunirse con su familia recibió una llamada por su celular. Aminoró el paso y contestó.

En ese instante se le acercó un joven con cachucha y por la espalda le disparó dos tiros en la cabeza. 

El cuerpo de Marcelo Garza y Garza quedó tirado sobre un charco de sangre. La gente se arremolinó. El Telediario del arquitecto Héctor Benavides entró en vivo con un enlace desde el lugar de los hechos, pero aún no se sabía la identidad del cadáver que yacía en la banqueta.

 

Irónicamente, el celular de Marcelo sonaba en el piso de manera insistente. Se trataba de decenas de llamadas de reporteros que lo buscaban para que les informara del hecho sangriento en Plaza Fátima. 

Fue el procurador Luis Carlos Treviño Berchelmann, quien acudió al lugar de los hechos y atónito confirmó el asesinato del director de la AEI. 

Fue una noche de mucho dolor para la familia... En la corporación, todos se miraban aterrados. Se pensó que el ejecutor podría estar entre ellos. 

Las investigaciones se iniciaron al momento. Todos eran sospechosos. A pesar del esfuerzo de investigación, no pudieron esclarecer el crimen.  

Fue hasta el 24 de marzo de 2009 cuando se detuvo a Héctor Huerta Ríos, alias La Burra. Lo acusaron del homicidio de Marcelo Garza y Garza. Sin embargo, dos años después extrañamente recuperó su libertad. 

El 6 de septiembre se cumplen 13 años del asesinato artero de Marcelo. El crimen no ha sido resuelto. Sigue impune. 

Respecto a Héctor Huerta Ríos, "La burra", culpable o no, fue ejecutado en Zapopan, Jalisco, apenas el pasado 4 de julio de este 2019.

Un viejo adagio dice que sólo los buenos mueren jóvenes y sin duda Marcelo Garza y Garza fue, a lo largo de su vida, un hombre justo y bienintencionado. Marcelo no envejeció viendo amaneceres, pero su recuerdo sobrevive en la memoria de la gente.

 

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