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El embate del huracán Otis en una cárcel de Acapulco: una larga noche para sobrevivir

El penal de Las Cruces en el Puerto vivió horas de desasosiego antes, durante y después de que el huracán Otis azotara en el territorio costero.

Óscar Balderas Acapulco, Guerrero /

Los manuales de Protección Civil dictan lo que hay que hacer para librar un desastre natural: abastecerse de comida, comprar medicamentos, reforzar ventanas, cargar celulares, correr a un refugio.

Son reglas básicas de supervivencia que sirven para nada si eres una persona privada de la libertad, es decir, si tu casa para aguantar un huracán categoría 5 es una prisión. Entonces estás por tu cuenta.



Gustavo Adolfo González Buendía, director del penal de Las Cruces en Acapulco, narra a MILENIO cómo fue sobrevivir a un inédito desastre natural desde las condiciones más peligrosas posibles: sin luz, sin vigilancia y sin poder evacuar una prisión donde en años anteriores el caos suele ser la antesala de violentos motines que terminaban en custodios e internos asesinados y donde hoy viven mil 547 personas.

“El martes 24 de octubre yo estaba siguiendo las noticas atento a lo que parecía una simple tormenta tropical”, recuerda el director. “Tomé mis precauciones normales para algo que nadie sabía que no iba a ser normal: cargué tanques de gas, ordené poner pilas a los radios de vigilancia, me aseguré de tener la despensa llena. Era la tarde del martes y yo estaba tranquilo”. El peor escenario, al mediodía, era una intensa lluvia.
Penal de Acapulco tras paso de Otis. | Foto: Lenina Ramos Rodriguez
Penal de Acapulco tras paso de Otis. | Foto: Lenina Ramos Rodriguez


Sin embargo, el huracán Otis rápidamente cobró una fuerza inusitada. Para las 6 de la tarde, con los últimos rayos de la tarde, en el grupo de WhatsApp que tienen los directores de los 15 penales en Guerrero con el secretario de Seguridad Pública estatal se anunció que la tormenta tropical había evolucionado a categoría 4.

Peor aún: existía la posibilidad de que el huracán tocara tierra arrasando a una buena parte de la ciudad.

Ubicado a cinco calles de la entrada del puerto, el penal es un cascarón que data de 1981 y que desde su inauguración recibe pocos fondos para su mantenimiento.

Si era cierto que Otis no perdería fuerza al llegar a la costa, entonces inevitablemente estarían frente a una calamidad histórica para el sistema penitenciario nacional.

Para las 20:25 horas, el presidente Andrés Manuel López Obrador lanzó un tuit de alerta desde su cuenta personal: “se pronostica que el huracán Otis entrará al territorio con categoría 5 entre Acapulco y Tecpan de Galeana de las 4 a las 6 de la mañana (...) Acepten trasladarse a refugios, mantenerse en lugares seguros: alejados de ríos, arroyos, barrancas y estén alerta, sin confiarse. Nosotros también estamos pendientes”.

La hora calculada por el presidente dio una ligera esperanza a Gustavo González: que las rachas de viento de 330 kilómetros por hora pegarían cerca de las 5 de la mañana —durante el alba— y él y sus colaboradores tendrían, al menos, visibilidad sobre la destrucción.

Otra ilusión era inútil. Sólo hay algo peor que correr de un huracán categoría 5 y eso es que el huracán categoría 5 corra hacía ti sin poder quitarte del paso.

“Generalmente en el sistema penitenciario no se alerta sobre estos fenómenos naturales a la población. Puedes generar pánico y entonces hay riesgo de un motín.
"Tomamos la decisión de no decir nada a los internos por la seguridad de todos”, recuerda el director.


Eran las 10 de la noche y las personas privadas de la libertad se fueron a sus dormir desconociendo lo que se avecinaba. Gustavo González y su equipo se dirigieron a sus oficinas preocupados por lo que sabían.

El huracán Otis rápidamente cobró una fuerza inusitada. | Foto: Lenina Ramos Rodriguez
El huracán Otis rápidamente cobró una fuerza inusitada. | Foto: Lenina Ramos Rodriguez


Los vientos anunciaban una noche complicada para todos.

“Las horas más duras fueron entre 11 de la noche y 1 de la mañana. Casi todos los directores de centro penitenciarios tenemos una recámara en nuestras oficinas y yo no soy la excepción. Yo duermo en el centro penitenciario y desde ahí viví esas horas terribles”, cuenta Gustavo González.

Al principio, como director, le preocupaban los enseres de trabajo. Salía de su recámara y entraba a las oficinas a retirar computadoras cerca de las ventanas para evitar que se mojaran. Arrastraba escritorios, descolgaba cuadros, reforzaba ventanas.

Después, entendió que todo era en vano: ninguna oficina en el mundo está diseñada para no sucumbir ante el fenómeno meteorológico más destructor en la historia del Pacífico.

Caían techos y plafones. Volaban fragmentos de Tablaroca y monitores. Las ventanas se desprendían con los marcos. En medio del caos, Gustavo González intuyó que el penal estaba, finalmente, en el ojo del huracán y corrió a guarecerse en el baño aferrado a un lavabo.

Sin luz ni teléfono su comunicación se redujo a los radios walkie-talkie que, por fortuna, tenían baterías nuevas. Y lo que escuchaba lo angustiaba a cada minuto.

“Los compañeros de las torres de vigilancia me iban reportando uno a uno. Son 10 y en cada uno oía la desesperación en su voz. La torre es la parte más alta de un penal y el aire les pegaba con todo, como si fuera un terremoto. Por supuesto, estaba muy preocupado por su vida. Lo material pasó a un segundo plano”.

Ese personal se convirtió en sus ojos desde las alturas. En cambio, a ras de suelo Gustavo González estaba ciego. Ningún custodio podía llegar a pie hasta las estancias e inspeccionar el estado de las personas privadas de la libertad porque no había luz, pero sí troncos y ramas por todos lados que bloqueaban el paso.

El penal de 'Las Cruces' es sui géneris por tener árboles frondosos en los patios. Algunas administraciones los han mantenido en pie porque —dicen— sirven a los internos para buscar sombra bajo el sol acapulqueño, aunque también sirven como escondite para planear y ejecutar desde riñas hasta fugas.

De pronto, un estruendo cimbró el penal. Tan fuerte que, incluso entre la destrucción, resonó con especial gravedad. Gustavo González pensó en lo peor.

“Mi angustia fue ‘se cayó la barda’. Después de la vida de las personas, esa era mi mayor preocupación. Pensé ‘que no se caiga la barda perimetral, porque se me van a fugar los presos’”.

El penal de 'Las Cruces' es la casa de unos mil 468 varones y 79 mujeres. Su población es tan diversa como la sociedad guerrerense: hay presos del fuero común y del fuero federal. Nacionales y extranjeros. Jóvenes y adultos mayores. Aunque tres características los atraviesan a casi todos, dice Gustavo González: pobres, indígenas y vulnerables.

Muchos —sospecha— son inocentes. O no son delincuentes violentos, sino que han cometido delitos de supervivencia, como el robo de alimentos. Otros llevan más años privados de la libertad de lo que deberían porque no tienen dinero para pagar la reparación del año.

“La mayoría vivió los peores años del penal. Cuando había motines que terminaban en personas decapitadas, extorsiones de todo tipo, muchos abusos. Hoy, por fortuna, es diferente, y la muestra es cómo nos pusimos de pie por nuestra cuenta”, narra Gustavo González, con más de 30 años de experiencia en el sistema penitenciario y activista en favor de las personas privadas de la libertad.

Aquel estruendo no fue, por fortuna, la caída de la barda perimetral, sino el derrumbe de una enorme ceiba. El director lo supo hasta que amaneció y con la luz de la mañana hizo una primera evaluación del daño: basura, cristales rotos, ramas y el drenaje roto del que brotaban aguas negras.

Como si fuera el set del día siguiente en una película del fin del mundo. Nadie lo sabía en ese momento, pero así estaba el resto de Acapulco.

“De inmediato arrancamos el pase de lista. Los dormitorios, por ser de concreto y barrotes de acero, ayudaron a proteger a las personas. Nos dio mucha esperanza que no había un solo muerto o herido de gravedad”.

En cambio, sí había pérdidas materiales en las estancias: el agua arruinó colchonetas, arrasó con ropa, extravió medicinas y con lo poco que tenía la población para pasar el tiempo estudiando o haciendo deporte.

El “Código Verde” entró en acción, es decir, un protocolo para después de los desastres naturales en una prisión que incluye revisión de infraestructura, posibles riesgos estructurales y —lo más duro para una persona sin libertad— la restricción de las visitas familiares mientras se hacen esas evaluaciones.

“Me reuní con los líderes positivos y les dije que había que unirse para labores de limpieza. Si querían visitas familiares, había que entrarle todos juntos a la reconstrucción de nuestra casa. Y otra cosa: si nos declaraban zona de desastre, iban a trasladar a la mayoría a penales federales. Depende de ustedes, les dije”.

Lo que siguió, recuerda el director, lo conmovió. O aún lo conmueve. Una fuerza de tarea de mil 500 personas que trabajaron juntas olvidando las rencillas entre bandas, estancias y hasta grupos criminales.

Si afuera del penal —en libertad— había rapiña y asaltos, adentro —donde se supone que están “los malos”— se gestaba una solidaridad inaudita.

A las pocas horas, recuerda Gustavo González, arribó el secretario de Seguridad Pública del Estado, quien también sobrevivió a Otis desde Acapulco.

Además, llegó la ayuda desde el sistema penitenciario de Guerrero para garantizar la alimentación durante los momentos más difíciles. Lo que faltó fue la solidaridad de la sociedad civil, que pareció ignorar a las presas y presos como parte de los damnificados cuya vida tiene valor.

“Me hubiera gustado que la gente viera cómo sacamos la casta”, cuenta el funcionario y defensor de derechos humanos. “No hay registro en el sistema penitenciario de lo que hicimos. Se nos vino el mundo y nos pusimos de pie. Demostramos que aquí, en las cárceles, tenemos gente valiosa que puede a aportar a la reconstrucción de Acapulco cuando salga en 5 o 10 años”.

Hoy, el penal de 'Las Cruces' es otro sobreviviente de Otis. Uno que se reconstruye calladamente esperando, todavía, la ayuda de la sociedad civil.

Orgulloso de que ser la primera cárcel, en la historia del México, que entra y sale del ojo de un huracán… y todos viven para contarlo.


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