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Mamás buscadoras piden pacto con narcos para “pacificar el país”

La señora María Isela Valdez teme morir y no encontrar a su hijo. Desde el colectivo 10 de marzo lanzan un llamado: si gobernantes y crimen organizado se ponen de acuerdo para repartirse territorios y pagar campañas, ¿por qué no para encontrar desapa

Concepción Peralta Silverio Ciudad de México /

El sufrimiento hermana. Delia Quiroa recuerda que la esposa del secuestrador y la esposa de la víctima andan buscando, juntas, a sus respectivos desaparecidos. Se conocieron en la Fiscalía de Veracruz y se hicieron amigas. 

También tiene presente que algunas treguas de paz con narcotraficantes han rendido frutos, al igual que la intervención de sacerdotes.

—¿Tienen conflicto moral por pedirle permiso al crimen organizado para buscar a sus familiares?

—Es que no nos queda de otra, tenemos mamás en el colectivo que sus hijos andaban metidos en el crimen organizado y no por eso las dejamos fuera. El sufrimiento hermana —responde Quiroa.

La líder del Colectivo Nacional de Víctimas 10 de Marzo, fundado en Tamaulipas, dice en entrevista con MILENIO que “si estuvieran en nuestro lugar no dudarían en pedirle a quien se llevó a tu familiar que te lo regrese para dejar de batallar con el gobierno. Porque eso es peor, mucho peor. Que te quieren ver la cara de tonta, que te traen a vueltas y no investigan y no buscan, todo lo tenemos que hacer nosotras. Esa es una tortura que no termina”.

Delia Quiroa Flores Valdés ha estado bajo los reflectores por haber pedido una tregua a los líderes del Cártel del Golfo, en 2021. Y recientemente, apenas en marzo, por solicitar la colaboración de narcotraficantes de Los Caballeros Templarios. 

La abogada de 40 años es la creadora de “Barbie Buscadora”, una muñeca que venden para obtener recursos y que ha servido para sensibilizar y crear empatía con el movimiento de familiares que luchan para encontrar a sus familiares desaparecidos.

Barbie buscadora colectivo 10 de marzo
Barbie buscadora colectivo 10 de marzo

Su madre, María Isela Valdés incluso se arrodilló frente al presidente Andrés Manuel López Obrador en junio de 2019 para pedirle que las autoridades buscaran a su hijo Roberto Quiroa Flores, desaparecido en Tamaulipas.

“Necesitamos que toda la sociedad se sensibilice. Hasta al crimen organizado hay que sensibilizarlo. Que hagan su negocio con el tráfico de la droga y las armas, eso nunca va a parar y no les pedimos eso, pero es innecesario que secuestren, maten y desaparezcan, y que duremos nosotras años y años buscando. Es una agonía que no termina”, comenta doña María.

Buscar a un familiar, una larga lucha

Buscar a un familiar desaparecido se vuelve una necesidad fisiológica, como el sueño, el hambre o las ganas de ir al baño. “Está constantemente ahí, no te deja y sólo vamos a aliviar esto encontrándolo, independientemente de quién se lo llevó”, dice la líder del Colectivo 10 de Marzo, de Tamaulipas.

Delia Quiroa se convirtió en víctima del crimen organizado en los años más sangrientos de Tamaulipas. Su familia tenía un restaurante y fue extorsionada y secuestrada por el Cártel del Golfo.

A su único hermano, Roberto Quiroa Flores, lo secuestraron tres veces. El 2 de febrero de 2013 fue a entregar un pedido de comida a una fiesta privada y de ahí se lo llevaron. Le pidieron a la familia 850 mil y luego 400 mil pesos. Pagaron y lo liberaron.

En septiembre lo volvieron a secuestrar, esa vez el rescate fue de 350 mil pesos. El 10 de marzo de 2014 fue la tercera ocasión y se llevaron también a su mamá María Isela Valdez. Y ya no hubo dinero para pagar rescates.

“Pasaron 40 días y llega mi mamá de raite en un trailer, toda mugrosa, golpeada. Le tumbaron los dientes y le dañaron una pierna”, revive la buscadora desde su lugar de desplazamiento en entrevista con MILENIO. Pero de su hermano, ninguna pista. “Desde entonces no sabemos nada de él”.

La primera vez que fue a buscarlo a una casa de seguridad, la mujer policía que la acompañaba sacó de sus ropas un arma chiquita y se la dio: “Tenga, si nos llegan a agarrar esos cabrones mejor dese un balazo porque no sabe todo lo que nos van a hacer”, le dijo en un descarnado intento por protegerla.

Como los criminales tiene radios con la frecuencia de la policía y viceversa, ella venía escuchando cómo los ‘halcones’ les avisaban a los delincuentes de su cercanía. “Ahí vienen, a paso de vaca”, porque el convoy iba despacio, con las luces apagadas.

Cuando llegaron a la casa sólo había una máquina para cortar carne, sangre y pedazos de personas. De puro coraje el comandante a cargo les quemó su capilla de la Santa Muerte.

Tamaulipas, tierra de fosas y desaparecidos

La problemática de los secuestrados y desaparecidos se expande. Según el censo oficial de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB), Tamaulipas ocupa el segundo lugar de personas desaparecidas con 13 mil 102 denuncias. También es el estado número dos en hallazgos de fosas clandestinas, suma ya 554 registros.

Delia estima que en la entidad hay unos 38 colectivos de distintos tamaños de madres buscadoras. El suyo lo componen 339 mujeres pero ella y su madre son la cara visible. Van y vienen desde su exilio a encabezar las búsquedas en Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo, los municipios más violentos del estado, fronterizos con Estados Unidos.

“Nos atrevemos a hacer lo que hacemos porque no estamos allá. Y tratamos de que no las ubiquen con nosotras (a las madres buscadoras) para que no tengan represalias porque se las llevan o las matan y ya no sabemos si es el crimen organizado o el gobierno”, afirma Delia con su tono norteño, aprendido en los años de infancia.

En su colectivo no hay madres asesinadas o desaparecidas, pero sí dos que han muerto por enfermedad.

A las madres buscadoras les da diabetes, hipertensión o cáncer. “Se enferman del corazón o de los senos. De 10 mamás, siete tienen bolitas en los senos”.

Como medida extra de protección, en su colectivo ellas tienen su propio ritual. Antes de salir oran y rezan, “y si encontramos [restos humanos] quemamos palo santo porque, no sé si crean, pero luego nos llevamos los muertos a la casa y pues algo [ayuda] ¿ve’a?”.

Forense, abogada, activista… buscadora

A principios de los años noventa, la ciudad de Reynosa era más o menos tranquila. Delia y Roberto se iban juntos a la primaria, caminaban sobre la vía del tren. Una vez que ella participó en un concurso de cuerdas, él fue su mejor porrista. “Gritaba con todas sus fuerzas: ‘Deelia, Deelia’. Me decía que me quería y me admiraba mucho porque era muy inteligente”.

El niño Roberto tenía tantos amigos que a su mamá le gritaban en la calle: “doña Roberta, doña Roberta”, revive con risas de nostalgia su hermana. “Son momentos bonitos, atesorados y pues no tenemos más, ve’a, pero tengo mucha fe y sé que lo voy a encontrar”.

Antes de salir huyendo por la violencia, Delia tenía su salón de belleza y ponía uñas mientras estudiaba mecatrónica en la Universidad Tecnológica de Tamaulipas, sin embargo, tras el último secuestro salieron huyendo a la Ciudad de México.

Resiliente, Delia se convirtió en activista, madre, buscadora, investigadora, forense, abogada, maestra en amparo y defensora de derechos humanos. Estudió Derecho en una universidad en Nezahualcóyotl, un barrio popular del Estado de México. “Me di cuenta de que si no sabía cómo funcionaban las leyes nos iban a seguir maltratando”.

Tiene tal fortaleza y seguridad en sus capacidades que demandó al presidente Andrés Manuel López Obrador y tramitó tres amparos colectivos para detener las modificaciones al Registro Nacional de Personas Desaparecidas. Sólo uno procedió. “Faltaban ocho minutos para que venciera el plazo para una queja y estaba fallando el internet, casi se me sale el corazón. Y ocho minutos antes ¡que entra!”, celebra emocionada.

El pasado 6 de marzo un juez de distrito le concedió la suspensión provisional, tras cuatro meses de litigio. Además, ha asesorado unos 350 amparos en lo individual.

“Delia es fundamental en la lucha de las madres. Siempre está ayudando a las personas porque hablan de todas partes del país para pedir asesorías”, dice orgullosa su madre María Isela.

Ambas se sobrepusieron al dolor, a la pérdida del patrimonio y a las amenazas de los cárteles. “Al principio nos correteaban, nos aventaban ponchallantas y nos dejaban cartulinas que decían ‘rascatumbras no las queremos. Aquí es territorio del CDG’ [Cártel del Golfo]”, cuenta Delia, de 40 años.

Fue ella la primera buscadora en hablarle al crimen organizado en agosto de 2021 para pedirle una tregua de paz y que las madres pudieran transitar sin violencia. Por ello los peritos de la FGR pueden trabajar sin peligro en La Bartolina, lugar de exterminio del Cártel del Golfo en Matamoros, de donde siguen sacando fragmentos de restos humanos cremados desde 2017.

La ex titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Karla Quintana, aseguró que en La Bartolina se rescataron 500 kilos de restos óseos calcinados, pero Delia aclara que la fiscalía estatal contabilizó hasta agosto de 2021, cuando tomó el caso la FGR, 72 kilos. “Desde entonces sacan un promedio de 800 gramos al día y dice el ministerio público que faltan cinco años más”.

El sufrimiento hermana

En junio de 2019 doña María Isela se arrodilló ante el presidente López Obrador para rogarle que las autoridades buscaran a su hijo. “Sólo nos utilizaron. Ahora en ninguna institución nos quieren recibir”, acusa.

“No me arrepiento de pedir ayuda. Por nuestros desaparecidos nosotras somos capaces de humillarnos, rogarles, llorarles, de hincarnos. Porque nuestra familia vale eso y más, damos nuestra vida por ellos. Pero el presidente es un arrogante, un grosero, no le importa”, dice con desánimo la madre de Roberto.

La indiferencia es a todos los niveles. En una ocasión que tuvo acceso a José Medina Mora, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), y le pidió que los empresarios se involucren más con las buscadoras, que abran más funerarias, laboratorios y panteones.

“La respuesta fue que estaba con nosotras, que iba a ver a empresarios de alto nivel para que hicieran ataúdes de un material de cartón, que no son tan costosos. Porque un funeral para un desaparecido está en 35 mil pesos y el gobernador [Américo Villarreal] les quiere dar a las madres 13 mil 500 pesos”, explica María Isela, de 63 años.

No hubo disponibilidad de ataúdes accesibles, pero doña María, más que sufrimiento, tiene coraje y enojo con el gobierno en todas sus formas, dice Delia.

Porque la señora María Isela Valdez teme morir y no encontrar a su hijo. “Me dice que, si algo le llega a pasar a ella, yo siga buscándolo y que los entierre juntos. Le digo que sí, que no se preocupe, que yo seguiré buscando”.

​KGA

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