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Masacre en El Durazno, por desaire a La Familia Michoacana

Mujeres de la localidad, amenazadas de muerte para que abandonen sus casas, aseguran que los siete hombres asesinados el 10 de diciembre fueron convocados a una reunión donde recibieron tortura.

Amílcar Salazar Méndez Guerrero /

En El Durazno quedan pocos varones, la mayoría se fue para Estados Unidos, los reclutó el crimen organizado o fueron asesinados. Los pocos restantes, son menores o muy viejos, este ejido está habitado principalmente por viudas; madres, hermanas, hijas, primas, quienes postergaron el luto para administrar parcelas y arrear ganado, y que hoy, son amenazadas por La Familia Michoacana que les exige que dejen sus hogares.

MILENIO ingresó a esta comunidad serrana perteneciente al municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, donde la organización criminal -que dirigen Johnny y José Alfredo Hurtado Olascoaga, El Pez y El Fresa - habría ordenado la masacre de siete personas y el levantamiento de una más el pasado 10 de diciembre.


Testimonios recabados advierten que el motivo del ataque fue el reclutar varones para el grupo delictivo y así controlar el aguacate y la madera que se generan en el ejido, pero ante la negativa de los 7 hombres, fueron torturados y asesinados en la Escuela primaria a plena luz del día.

A pesar del fuerte despliegue de seguridad a cargo de la Secretaría de Seguridad de Guerrero, de la Fiscalía del Estado, de la Marina Armada, del Ejército Mexicano, el miedo y la impotencia quedó marcada con agujeros de calibre 50 en paredes y techos, en cristales rotos.

Aunque la sangre aún derramada, vehículos calcinados y casquillos rusos tirados en el piso, ya obliga a las viudas de El Durazno a replantear su permanencia en su hogar.

“Ayer nos dieron un aviso que tenemos que desalojar, que tenemos que dejar nuestras tierras, nuestras casas, nos amenazan que van a venir a masacrar, la casa donde estaban mis hijos fue muy masacrada, pero sí tuvieron mucho miedo, estamos todos muy atemorizados”, relata Elizabeth, prima de una de las víctimas de la matanza de El Durazno.

Ignacio Chávez, Comisariado de bienes recuerda que desde hace por lo menos cuatro años comenzaron los ataques con el robo de ganado, los asesinatos y desapariciones de los hombres del pueblo.

“Aquí se está haciendo la resistencia por medio de pláticas con el gobierno… y con ellos, de que no nos iban a tocar.

“Nosotros no tenemos la capacidad para enfrentarlos ni el valor de denunciarlo, porque sabemos que el que denuncia se muere, y ahorita ya sabemos que estamos destinados para eso”, explica.

Todos se conocen en este ejido de 352 personas, 322 hectáreas de aguacate y un millón 500 mil metros cúbicos de pino, ayacahuite y oyamel explotable: Una diminuta localidad de caminos de tierra y grava, que huele a aserrín y que se convierte en un paso de la Costa Grande a Tierra Caliente.

Los presuntos responsables, son hermanos y primos de las mismas familias; Hermenegildo y Adrián Barajas, Homero y Mauricio Beltrán, los hijos de la Paula y la Suricata, según se dice en el pueblo, pues ahí vivían hasta hace unos años antes de irse para la comunidad vecina de El Pescado y unirse a La Familia Michoacana. No se les había visto hasta el fin de semana previo a la masacre, durante la fiesta de San Juan Diego cuando estaban cazando.

Una semana después, regresaron los mismos sujetos en camionetas decoradas con fresas y peces, emblemas de La Familia Michoacana. Rompieron los candados de la escuela, colocaron una mesa con refrescos y café, para luego convocar a una reunión “exclusivamente para hombres”, mientras “le subían y le bajaban a su rifle”, comentan.

“Les trajeron agua, cocas, y los mataron. Los arrastraron y los formaron, les dieron culatazos, les sacaron los sesos, les rompieron el cráneo. Formaditos los dejaron”, dice Maricarmen, abuela de una de las víctimas.

Ante la negativa de acudir a la reunión, los sicarios fueron por ellos a sus casas, algunos lograron escapar, lo que desató el enojo de los criminales, y con ello, una lluvia de balas con Ak-47 hacia las viviendas, que incluso alcanzaron un par de vehículos.

“Ahí en la casa tiraron también, yo no sabía dónde esconderme me puse atrás del baño y al último, me dicen: ‘¿dónde está tu hermano?’”.

-¿Sí lo conocían? ¿Venían por él?- se le pregunta y asienta con la cabeza otra vecina de la comunidad.

Celestina, es madre de tres y tía de otra de las víctimas, ella se encargó de enterrarlos, y niega que hayan pertenecido a cualquier otra organización, sino por el contrario, advierte, ellos no querían sumarse a la gente del Pez; “Ese es el motivo de que los estén acribillando así, porque no quisieron incorporase a ellos. Están aquí personas de aquí, ya se incorporaron”.

“Porque no quieren dejarles el ejido, porque no queríamos, se negaron a incorporase con ellos, eso fue todo”, acusa.

La comunidad se adentra en un éxodo con la partida de las primeras familias que salieron horas después de la masacre, quienes se marcharon en cuanto llegaron las fuerzas federas, mientras autoridades ministeriales se encargan de recabar las pruebas en una localidad que no tiene cámaras de vigilancia, ni luz para conectarlas, y cuyos habitantes, se niegan a denunciar.



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