La Fe en Jalisco ante el Ocaso de su Poder (Parte uno)
- Plaza Garibaldi
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Alejandro Sánchez
Bajo el cielo caluroso de Jalisco, donde las cúpulas barrocas de las iglesias son joyas arquitectónicas que fusionan el esplendor colonial con el alma mestiza de México, yacen las huellas de una batalla silenciosa. Es el ocaso de una hegemonía centenaria: la Iglesia Católica, que durante siglos tejió el alma moral, política y cultural de la entidad, hoy navega aguas turbulentas entre reliquias de mármol y algoritmos digitales. El retrato del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, último rey de una era donde los púlpitos dictaban leyes, fue retirado hace poco del Palacio de Gobierno, no por decreto, sino por el peso de una sociedad que exige respuestas más allá de los altares.
¿Cómo una institución que sobrevivió a guerras cristeras y leyes anticlericales se enfrenta ahora a un enemigo más arisco?: la indiferencia de las nuevas generaciones, la sombra de sus escándalos y el divorcio de un poder político con el que antes se tomaba de la mano. En los últimos veinte años, mientras Jalisco sembraba la semilla para convertirse en el Silicon Valley mexicano, la Arquidiócesis de Guadalajara perdió un tercio de sus fieles practicantes. Pero no es solo la secularización, como llaman los especialistas al proceso por el cual una persona o sociedad se aleja de una doctrina religiosa, o sea se vuelve más civil y menos teológica: fue el costo de alianzas rotas con el PRI, la implosión digital de sus crisis éticas y la partida de líderes que creían, quizás demasiado, en su propia infalibilidad y la sustitución por otros menos protagonistas que ya casi no hablan y cuando hablan ya no tiembla nadie.
No es fácil entender cómo una entidad que fundó universidades, incluso religiosas, movilizó ejércitos espirituales y moldeó identidades, llegó a ver cómo sus sermones se van ahogando en medio de otras historias cortas de TikTok. Tras diferentes pláticas con especialistas, académicos y tapatíos intento pintar con palabras el mapa de una transición: la de una Iglesia que, entre procesiones virreinales y hashtags de denuncia, ahora aprende a caminar sin el bastón del poder. Acá están las claves: políticas, digitales, generacionales de un declive que no es muerte, pero sí un terremoto que resquebraja cimientos.
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Fabián Acosta Rico, profesor del Departamento de Filosofía del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, me hizo entender que la relación de gobernadores del PAN con Juan Sandoval Iñiguez, bailaron dos décadas un vals de intereses compartidos, pero con pasos medidos. No era amor, sino conveniencia. El PAN, heredero de una raíz católica pero atado a la Constitución laica, encontró en Sandoval —arzobispo vinculado al Opus Dei— un aliado para defender su cruzada contra el "relativismo moral". En sermones dominicales, Sandoval lanzaba dardos contra el matrimonio igualitario y el aborto, mientras gobernadores panistas como Alberto Cárdenas cerraban bares en el Centro Histórico, purgando la ciudad de "vicios" bajo el manto moral de la Arquidiócesis.
“Pero era una alianza de cristal”, dice Acosta Rico. Cuando Sandoval exigió dinero público para escuelas católicas en 2006, el PAN le recordó, con un portazo institucional, que la línea entre Estado e Iglesia no se borraría. La tensión estalló en 2019: exfuncionarios revelaron que el cardenal había encubierto abusos en el Seminario de Tlaquepaque durante años. Mientras tanto, el PAN repartía anticonceptivos en zonas marginadas, y Sandoval los llamaba "inmorales" desde el púlpito. Los números no mienten: solo el 12% de las leyes apoyadas por la Iglesia se aprobaron bajo el PAN (frente al 28% con el PRI). En pueblos del norte como Lagos de Moreno, párrocos aliados movilizaron votos panistas con homilías veladas, pero en Guadalajara, el 63% ya veía a Sandoval más como político que pastor.
Fue un idilio pragmático. El PRI había permitido propiedades ilegales de la Iglesia; el PAN auditó sus escuelas. El PRI enterraba los derechos LGBT; el PAN, arrinconado, permitió el aborto por violación en 2016. La Iglesia perdió músculo político, el PAN ganó votos conservadores pero ahuyentó a jóvenes urbanos, y Jalisco pagó el precio: reformas sociales postergadas hasta 2018. Al final, como un matrimonio por interés, se separaron sin estrépito. El cardenal se retiró a un convento, el PAN perdió el poder, y las cúpulas barrocas de Guadalajara quedaron como testigos mudos de una época donde la fe y el poder tejieron pactos... hasta que la sociedad exigió cuentas claras.
Aunado a eso las redes sociales, ese púlpito sin fronteras, han fracturado el monopolio espiritual que por siglos sostuvo la Iglesia Católica. No es una guerra, sino un éxodo silencioso: el 68% de los jóvenes tapatíos ya sigue a gurús del yoga, ateos irónicos o chamanes urbanos entre scrolls de TikTok. Los algoritmos, como nuevos confesores, les susurran: "Hay más opciones". En los atrios virtuales de Discord y Facebook, el 43% de esta generación teclea sus dudas sobre la fe, lejos de los rosarios dominicales que hoy solo atraen al 12%.
Las parroquias, otrora centros de comunidad, ven cómo sus bancas de madera envejecen vacías, mientras en pantallas brillantes estallan escándalos: un obispo encubridor, Braulio León, se vuelve trending topic con 2.3 millones de clics. Cada like a una denuncia erosiona un 7% la credibilidad de sotanas que antes dictaban moral desde retablos dorados. La Iglesia intenta contraatacar: invierte en influencers con hábito y podcasts piadosos, pero rivales como La Luz del Mundo gastan el triple en anuncios digitales. Hasta los rituales se transforman: el Día de Muertos, antes de veladoras y misas, ahora es un hashtag estético. De los 2.5 millones de publicaciones sobre la Romería de Zapopan en 2019, solo quedan 890 mil; el Festival de Cine de Guadalajara, con sus selfies en alfombra roja, roba engagement.
Hoy, las cúpulas barrocas de Jalisco contemplan un paisaje donde los liks superan a los rezos. En los pueblos serranos donde el rosario murmura, la fe persiste como un susurro terco. Pero en las ciudades el repique de las campanas compite con las notificaciones de TiokTok. No es el fin, sino una metamorfosis forzada. El próximo martes, la segunda parte.
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