Por todos lados sufren los migrantes

SU DESEO DE MEJORAR LOS LLEVÓ A PERDER LA VIDA.- No cabe duda que el sueño americano lleva a los migrantes a realizar una travesía desde sus países de origen, sin importarles los peligros a los que se enfrentan en su recorrido.

 Llegar a la frontera de Guatemala con México es su primer paso, para luego buscar recorrer todo el territorio mexicano y llegar a las diferentes ciudades que colindan con Estados Unidos como Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Reynosa, Matamoros y no se diga Tijuana, así como algunas otras. Pero para arribar a las mismas, tienen que enfrentarse a grupos delictivos, quienes los despojan de su dinero, pertenencias y en algunas ocasiones, hasta de la vida.

Después se suben a la “bestia”, como ellos le dicen al tren, pese a saber que pueden sufrir accidentes, muchos de los cuales son mortales o bien, los dejan marcados para siempre. 

Pero no solamente es el peligro al que se enfrentan día a día en su camino a la Unión Americana, ya que también se tienen que enfrentar a las autoridades mexicanas en cada ciudad por la que pasan, como lo sucedido hace algunos días en Torreón, en donde un grupo de migrantes supuestamente fue agredido por elementos policiacos y del Instituto Nacional de Migración. 

Ese grupo de soñadores en ocasiones se dedican a pedir dinero, en otras a vender dulces, en algunas más a realizar trabajos, mientras esperan que las autoridades norteamericanas los reciban.

 En Ciudad Juárez, al igual que en otras ciudades, un grupo de migrantes fue detenido por agentes de Migración, quienes les dijeron que los iban a regresar a sus países de origen. 

Ya encerrados como si fueran delincuentes, los ilegales mostraron su enojo ante la medida y decidieron protestar, suscitándose un incendio en el cual 39 personas perdieron la vida, ya que los custodios en lugar de abrirles las rejas, decidieron dejarlos encerrados. 

Este sueño americano se convirtió en una pesadilla para ese grupo de migrantes, quienes en su camino para llegar a Estados Unidos, nunca pensaron que unas celdas serían su última morada.

Walter.juarez@milenio.com