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Leticia Leal Moya, de Santa Anita a buscar la rectoría de la UDG; un viaje de educación, resiliencia y vocación

Leticia Leal es originaria de un pueblo cercano a Guadalajara, hija de campesino y ama de casa. Esta es su historia y sus logros.

Teresa Sánchez Vilches Guadalajara, Jalisco /

La elección del nuevo rector de la Universidad de Guadalajara se llevará a cabo el 22 de noviembre de 2024, en una Sesión extraordinaria del Consejo General Universitario, en TELEDIARIO continuamos presentándote a los aspirantes o candidatos que han levantado la mano para ser el próximo o próxima rector o rectora de la UDG.

Es el turno de Leticia Leal Moya, quien no nació entre los reflectores de la academia, ni bajo los techos solemnes de una biblioteca universitaria. 

¿Quién es Leticia Leal Moya?

Nació en Santa Anita, un pueblo en las afueras de Guadalajara, donde la vida cotidiana no era un derecho, sino una lucha constante. 

En ese lugar, el padre campesino y la madre ama de casa pusieron su fe en una sola idea: la educación como salvación, como emancipación. “La universidad es la única salida”, repetía su padre, quizá más como mantra que como instrucción. “Era lo que nos iba a definir como personas”, cuenta Leticia, y desde niña se aferró a ese camino, porque entre los campos y las promesas calladas de la tierra, las opciones eran tan limitadas como los sueños de alguien que nunca había salido de ese rincón de Jalisco.

Esta es la raíz de Leticia Leal, la que aún hoy, en medio de los pasillos y los escritorios institucionales de la Universidad de Guadalajara, sigue volviendo a ese lugar de su infancia, no por nostalgia, sino por entendimiento. Quizá sea esta raíz la que la empuja a enfrentar cada nuevo reto con la obstinación de quien sabe que la educación es mucho más que una consigna: es la base, el escape y el reencuentro. 

Leticia comenzó ese viaje temprano, subiendo al camión que la llevaría a la Vocacional en Guadalajara, cada día, en el turno vespertino. En una de esas noches, alguien le arrebató su dinero del camión, y lo que parecía ser una pérdida menor, se volvió la herida de un país que a veces es hogar y otras un callejón oscuro. 

“Jamás voy a regresar a la ciudad porque es muy peligrosa”, recuerda haber dicho. La respuesta de su padre, sin embargo, no fue el consuelo que esperaba, sino un recordatorio de esos que en su simplicidad lo dicen todo: “El mundo está lleno de cosas que uno tiene que enfrentar”.

Leticia asumió la dirección del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la UDG | Telediario
Leticia asumió la dirección del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la UDG | Telediario

La educación no es un privilegio

La historia de Leticia es la historia de una educación. Y aquí 'educación' no es un término moderno, es decir, no es un privilegio ni una puerta giratoria hacia mejores opciones laborales. Es una palabra antigua, con todos sus filos y todas sus batallas. Con el tiempo, la historia se va llenando de decisiones que Leticia toma con el pragmatismo de quien sabe que la vida no ofrece muchas segundas ocasiones.

Al terminar sus estudios en Guadalajara, le llega la oportunidad de una beca para estudiar en la Universidad de Georgia. México, en aquel 1994, no estaba para ofrecer demasiadas opciones a jóvenes como ella, así que la oferta de Berkeley, con todos sus prestigios y con su inscripción impagable, se desmorona en un instante. 

Pero Georgia, en cambio, extiende una invitación completa, una beca que parece un tesoro caído de la nada. “Me siento muy contenta y orgullosa de haber tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero”, dice Leticia, “a pesar de venir de una familia de bajos recursos”. Y Leticia, quien ha aprendido a no dudar ante la generosidad de la vida, acepta el reto y se embarca en un viaje hacia un país extraño, sin mirar atrás.

Ahí, en Wisconsin, en los inviernos donde la nieve parecía más sólida que sus propias certezas, se enfrenta a la soledad, ese silencio que los países ajenos le imponen a los extranjeros, los inviernos que se extienden en una secuencia monocromática de blancos y grises. “El frío es crudo, muy penetrante, y la vida muy monótona por el hecho de estar encerrado tantas horas”, describe Leticia. El frío de Wisconsin es un recordatorio constante de que la vida, incluso para quien ha logrado llegar lejos, sigue exigiendo fortaleza. En una biblioteca sin ventanas, en los días sin sol, Leticia aprende lo que es resistir.

¿Qué funciones ha tenido Leticia Leal Moya?

Su retorno la lleva a terrenos inesperados. Al integrarse a la Comisión de Seguridad Nacional junto a Adolfo Aguilar Zínser, Leticia, ahora con una experiencia que pocos en su generación pueden presumir, observa de cerca las estructuras que sostienen y amenazan a su país. Aguilar Zínser, figura de la intelectualidad mexicana, le ofrece una formación que las aulas nunca podrían darle. “Fue un regalo trabajar con él, uno de los mejores académicos de México”, comenta Leticia.

Una mañana, en una sala diplomática del Departamento de Estado en Washington, Leticia escucha a Colin Powell mientras discute sobre la agenda bilateral. Ahí, entre las palabras que se deslizan sin prisa, Leticia se ve a sí misma, como un reflejo distante de aquella joven de Santa Anita, la que tomó el autobús hacia una ciudad incierta, la que se encontró en Wisconsin, la que ahora es testigo de acuerdos que definirán el futuro de su país. Y en medio de todo, sabe que su historia está llena de piezas que jamás podrán contarse en una sola línea.

El regreso a la ciudad la lleva a la Universidad de Guadalajara, donde asume la dirección del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo. Allí, Leticia se convierte en el pulso de un espacio cuya búsqueda es definir el rumbo del estado, entre la creación de proyectos culturales y los estudios de futuro. Es entonces cuando se da cuenta de que el conocimiento no es solo un deber, sino una especie de territorio en disputa. 

La universidad, ese ideal que su padre le inculcó en la infancia, se revela ahora como una institución viva, compleja, vulnerable, y ella, una de sus defensoras. “Conocí la universidad a través de esta misión”, dice Leticia. “Ahí editamos el estudio de Jalisco a futuro, para conocer cuáles son las vías de solución a los problemas del estado”.

Durante la pandemia, el reto que se le plantea es casi absurdo: abrir un nuevo centro universitario en Tlajomulco, un municipio que carga el estigma de la violencia, de la pobreza, de las historias que no se cuentan. Ella acepta, con la tenacidad que su padre le enseñó en esa frase antigua y sencilla. “Era un entorno muy adverso; pensé que todo estaba en contra”, admite. Contra todo pronóstico, el proyecto avanza, y el Centro Universitario de Tlajomulco se convierte en un refugio para una generación de jóvenes que, como ella, saben que la educación no es un lujo, sino una última línea de resistencia.

Hoy, Leticia se enfrenta a un reto nuevo y familiar a la vez: su aspiración a la rectoría de la UdeG, la misma universidad que un día le abrió las puertas y le ofreció un espacio. Para ella, el poder no es un fin, sino un instrumento; no un privilegio, sino una responsabilidad. Y si algo ha aprendido a lo largo de los años, es que cada puesto es una oportunidad para verter en él la historia propia y la ajena, las raíces que traen desde Santa Anita y las decisiones que tomó en los inviernos extranjeros. Leticia Leal Moya no solo es una candidata a la rectoría: es el testimonio de que el conocimiento, aunque a veces parezca ajeno o inaccesible, es la herencia más valiosa que tiene un pueblo.


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