300 horas apagada: Chica de 26 años pasa 12 días en coma inducido por Covid-19
La joven no padecía enfermedades de base, sin embargo el Coronavirus le disparó un cuadro de inflamación general que derivó en un shock cardiogénico.
Tamara Merchan, de 26 años de edad, siempre llevó una vida saludable y no era considerada como el sector "de riesgo". El día de hoy, al contar su experiencia al superar el Coronavirus, siente contar la vida de otra persona. Tuvo que aprender a caminar de nuevo, de comer, a respirar.
Por las noches sigue viendo en loop “unos tentáculos celestes enormes y arrugados” saliendo de su boca. Así recuerda el tubo que durante 12 días (el tiempo que pasó en coma inducido) la ayudó a respirar. Esas casi 300 horas que se transformaron en 780 páginas de historia clínica. El coronavirus le provocó una inflamación generalizada, que afectó todos sus órganos y le ocasionó una falla grave en su corazón.
Tamara es estudiante de Ingeniería en Sistemas de Información de la UTN, además, por la pandemia, se encontraba trabajando para la firma J.P. Morgan desde su casa en Burzaco, donde vive con sus padres y su hermana menor.
“Nos cuidábamos, respetamos los protocolos, pero igual nos pasó”, asegura Tamara. Explicó que todo comenzó antes de Navidad. “Primero, mi papá. Una mañana se quejó de que le dolía el cuerpo como si hubiera jugado al fútbol. Después vino la fiebre por 10 días y una neumonía bilateral. Quedó internado en terapia intensiva. Y yo en casa, cuidando a mi mamá y a mi hermana, que tenían síntomas”, cuenta.
El 29 de diciembre su cuerpo comenzó a reaccionar al Covid, pero con señales que no tenían nada que ver con lo que estamos acostumbrados a leer y escuchar sobre el virus.
Quiso ir al baño, caminó dos pasos y se desmayó. Más tarde, lo intentó de nuevo y volvió a desvanecerse. “No controlaba mi cuerpo. Cuando recuperé la conciencia, le pedí a mi mamá que llamara a una ambulancia”, agrega.
Ya era la madrugada del 30 de diciembre. Por su casa no pasó una única ambulancia. Fueron varias. Los enfermeros que llegaban para asistirla actuaban de la misma manera. Le decían que "el Covid era un virus desconocido, que no tenía síntomas graves y que lo mejor era que siguiera descansando”.
“Se iba una ambulancia, pasaban unos minutos y yo le pedía a mi mamá que llamara a otra, porque no podía más”, repasa.
Marcela Peralta, su mamá, ahora dice que no se la llevaron a una clínica en ese momento porque no imaginaron que a los 26 años el Covid podía complicarla como finalmente lo hizo.
Cuando llegó la segunda ambulancia, Tamara estaba con la cara “hinchada como un sapo”. Lo dice ella, lo repite su mamá. Pero el personal de salud que la visitó le recomendó que se quedara en su casa.
Llamaron a la tercera ambulancia cuando se sumó el dolor en el pecho. "Me inyectaron algo, me desmayé y se fueron”, sigue Tamara.
Cuando se despertó, solo llegó a pedir que volvieran a llamar a la ambulancia. Se acuerda que le armaron un bolsito y, esa vez sí, la trasladaron al Instituto IADT.
Tras su hospitalización su familia realizó una videollamada el 31 de diciembre. “Tami me llegó a decir que no sentía las manos y que estaba confundida. Yo sabía que la habían ubicado en el piso de Covid y que estaban evaluando si, además, tenía una bacteria”, detalla Marcela.
El 1 de enero, todavía estando aislada por el coronavirus, a Marcela le pidieron que solicitara un permiso especial y se acercara al IADT.
Marcela no llegó a firmar el consentimiento informado para intubarla. “No hubo opción: el corazón no respondía, Tamara está en coma inducido”.
En ese estudio vieron líquido en todo su cuerpo. Esa fue la manera en la que su organismo reaccionó al coronavirus. El corazón fue el órgano más comprometido.
El diagnóstico era miopericarditis con taponamiento cardíaco e insuficiencia respiratoria por Covid 19, tuvieron que intervenirla de urgencia para sacarle parte de ese líquido. Su pronóstico era reservado. Marcela preguntó si corría riesgo su vida. Le contestaron que sí.
“Las próximas 24 horas son críticas”, dijeron.
La primera semana, Tamara estuvo estable pero muy grave. Martín, el médico que atendía a Tamara, medía la gravedad del cuadro de Tamara con las luces del semáforo. “Sigue en rojo, Marcela”, le decía.
El papá de Tamara permanecía en la terapia intensiva de otro hospital por lo que no se animaban a contarle. Marcela debía transitar la situación sola y sin descuidar a su otra hija, que también se había infectado y es asmática.
Un día, fuera del horario de los partes médicos, sonó su teléfono. La voz del otro lado le decía que había un cambio en el cuadro de su hija, que había aumentado su función cardíaca del 18% al 30%, estaba mejorando.
Seguía dormida e intubada pero las opotunidades de salir adelante crecían. Martín puso el semáforo en amarillo. Una mañana habló de la posibilidad de empezar a levantarla. A los pocos días, en otra de sus visitas, le pidió a Marcela que primero lo acompañara a verla. Tamara estaba despierta.
"No te puedo explicar lo que temblé y lloré. Mi hija estaba sin el tubo, casi sentada y con los ojos abiertos", cuenta Marcela, todavía conmovida.
De las casi 300 horas que estuvo en coma inducido no recuerda nada.
Para mantener a una persona dormida y sin dolor durante la intubación, los médicos administran sedación y analgesia. Pero, para evitar que la medicación que recibe sea excesiva, en algún momento del día deciden bajar las dosis. Durante ese lapso, cuenta el terapista que atendió a Tamara, la persona en coma inducido podría escuchar sonidos aunque probablemente no decodificar mensajes. En algunos pacientes, esos ruidos pueden derivar en sueños. Lo que pasa con la mente durante el coma inducido es un misterio. Tamara, por el momento, no logra reconocer sonidos, olores, imágenes ni sensaciones en esos 12 días.
La próxima escena que le quedó guardada a Tamara es la de ella conectada a varias máquinas. Tenía cinco electrodos grises en el pecho, un tensiómetro en su brazo derecho y muchas cicatrices a la altura de la muñeca, cortes rojos y violetas. El suero en el brazo izquierdo y el oxímetro en el dedo anular.
Había una sonda en la nariz, cuando intentó tocarla se dio cuenta de que sus manos no respondían, tampoco sus piernas. Quiso hablar: la voz no salía.
Después de eso, otro momento de oscuridad.
La siguiente imagen que aparece es la de su mamá llorando y diciéndole que lo peor ya había pasado: “Yo lloraba también, tenía la sensación de que no la veía desde hacía mucho, pero no entendía por qué”.
Los médicos recomendaron esperar para contarle lo que había pasado. Recién lo supo cuando pasó a sala común. Y todavía lo sigue procesando.
Tiene pendiente empezar terapia.
- Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de TELEDIARIO; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.