Marcela, la mujer que con su taller mantiene viva la tradición organillera
Desde hace 43 años Marcela repara organillos con más de 100 años de antigüedad; su objetivo es mantener viva esta música que es tradición, cultura y oficio.
Entre gritos de comerciantes y el pasar de carretoneros, una melodía atrae la atención en el corazón del barrio de Tepito, justo frente la vecindad marcada con el número 13 de la calle Fray Bartolomé de las Casas; es una canción de viento, con reverberación metálica.
La tonada proviene del segundo piso, del taller de Marcela Silvia Hernández Cortés, la única mujer que desde hace 37 años se dedica a reparar y rentar organillos con más de un siglo de antigüedad, esos clásicos aparatos que se convirtieron en emblema sonoro de la zona centro de la Ciudad de México.
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“Estas cajitas son de antes de Porfirio Díaz, y llegaron hace más de 100 o 110 años. Quien las trajo por primera vez al país fue mi suegro, el músico Gilberto Lázaro Gaona. Él viajaba mucho a Alemania, de donde son originales, y vinieron con pura música de allá, sólo que llegando al entonces D.F cambió las partituras para que sonara música tradicional mexicana”, recuerda con orgullo.
Doña Silvia, como le conocen en el barrio, enviudó hace 43 años y heredó el oficio del que su suegro y esposo eran muy celosos.
"No me permitían ver lo que se hacía en el taller, cada quién en su lugar; entonces, empíricamente aprendí a hacer todo, de pura vista y también por necesidad; aprendí a reparar y afinar pero también a enchapar y barnizar"
Todos los días e incluso en fines de semana realiza todo un ritual para mantenerlos en perfecto estado. Los limpia por fuera, mira en su interior y verifica si está desajustado o fuera de regla, conforme a su estructura. Y, en caso de que una tecla se rompa, la fabrica a partir de piezas de madera, además de renovar las puntillas de latón que suelen desgastarse por el uso.
“Hay que cuidar lo que nos da de comer. Antes eran mi padecer, mi sufrir el: dónde va esta pieza, dónde va un silbato, dónde va una corneta, dónde va la nota musical, cómo va, cómo se hace… pero ahora, si se me descomponen, pues los arreglo, empezando desde teclo, fuelle, teclado, vielas, vecos, silbatos… todo. Es muy laborioso, muy minucioso, pero a veces me quedan bien”, expresa con una sonrisa.
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Pinzas, clavos, limas y alambres son algunas de las herramientas que emplea con pericia en cada operación, ya que artesanalmente es como rehabilita estos instrumentos que pueden pesar de 55 a 60 kilos. Y, aunque la última casa fabricadora de estos aparatos cerró hace más de 35 años, su objetivo sigue siendo claro: no dejar morir este oficio.
“Aparte de tradición es una fuente de trabajo para aquellas personas que no han estudiado o que ya para su edad nadie les da trabajo, entonces, es un doble beneficio… sin embargo, no sólo es mover la manivela y ya que salga la música, sino también tener el ritmo y sentirlo a cada vuelta”, aclara.
Aunque su familia llegó a tener hasta 200 organillos, hoy le quedan 16, entre alemanes, ingleses, guatemaltecos y chilenos. Todos con piezas originales y en su caso con piezas artesanales, pues para ella, no hay peor cosa que los “instrumentos hechizos”.
“Desde hace unos años, hay unos que tienen grabadora y eso a uno le molesta porque no le dan credibilidad al original, a la música de verdad. ¿Cómo darnos cuenta? Cuando los operadores dejan de mover la manivela y la música sigue sonando… Incluso, el público puede darse cuenta también al pararse frente a la caja, porque de ella debe salir aire, a través de los silbatos y se debe de sentir”, enfatiza.
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Esta música es tradición, cultura y oficio, pero sobre todo gusto, asegura doña Silvia, pues mientras haya personas que la valoren, la misma seguirá siendo parte del barrio, del pueblo y para toda la ciudad.
“Probablemente una de mis nietas se dedique a futuro a seguir dándole vida a estos aparatos, pero mientras yo pueda, pues seguiré dándole vuelta a la manivela, hasta que diga hasta aquí”, concluyó.
FM
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