Anita perdió la vista, pero no la voluntad; busca sacar a su joven hija adelante
La mujer trabaja de lunes a domingo como masajista terapéutica en la Plaza Zaragoza ubicada en la Macroplaza del Centro de Monterrey.
Ana María Mendiola o simplemente Anita para sus compañeros, tiene 42 años de edad y trabaja como masajista terapéutica en la Plaza Zaragoza del Centro de Monterrey junto a un grupo de personas que, como ella, cuentan con alguna discapacidad visual.
La mujer originaria de Nuevo León y radicada en el municipio de Guadalupe, narra que son alrededor de 25 a 28 personas las que de lunes a domingo conforman la fuerza de trabajo que ofrece masajes antiestrés.
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“Nosotros nos dedicamos a trabajar el masaje antiestrés principalmente, para el estrés, dolores musculares, tensión nerviosa, migraña, alguna falseadura, o un problema en específico que también se puede trabajar”, dice.
Con una sonrisa inquebrantable y un buen humor, Anita asegura que intenta mejorar en su trabajo todos los días, y le agrada que sus clientes salgan de su terapia contentos, pues eso le da mayores probabilidades de volverlos a atender.
Detalla, que, respecto a la técnica de masaje, esta se enfoca mayormente en la espalda, pero se trabaja también en brazos, en la cervical, en el cuero cabelludo y en otras ocasiones en los pies. Estas sesiones rondan los 100 a 150 pesos.
Mendiola fue incluida dentro de un programa de capacitación para personas con alguna discapacidad a mediados de la década de los 2000, durante la administración del exalcalde de Monterrey, Adalberto Madero.
En dicho programa se le enseñaron diversos oficios que pudiera poner en práctica para autoemplearse, entre ellos, el masaje terapéutico, por lo que junto con otros de sus compañeros crearon un lugar de trabajo en la Macroplaza que ha persistido por ya 16 años.
Ceguera atacó en la adolescencia
Anita expresó que su condición de ceguera total fue consecuencia de una hidrocefalia avanzada provocada por un golpe en la cabeza sufrido a los apenas 14 años de edad, y atribuye, además a una negligencia médica en una clínica particular, el que su enfermedad haya progresado con velocidad.
Contó que, tras una caída, su visión no se fue abruptamente, sino que esta se deterioró con el paso de los días acompañada de un intenso dolor de cabeza hasta quedar ciega por completo en aproximadamente un mes.
Pese a que para muchos acontecimientos de esta índole pueden ser sumamente traumáticos y demoledores emocionalmente, Mendiola asegura que con el apoyo de su familia pudo sobrellevar el proceso de adaptación a su entonces nueva condición, hasta superar ese suceso.
Entre risas, la mujer dice no tener grandes problemas al trasladarse de su casa a su lugar de trabajo, pues casi siempre opta por tomar un taxi, ya que, según sus propias palabras: “siempre voy a las carreras”.
Sin embargo, sí ha experimentado el trajín de las rutas urbanas y del Metro, y considera que es difícil para personas con ceguera moverse sin el apoyo de la ciudadanía o de las autoridades, por lo que espera que se muestre solidaridad siempre en este tipo de circunstancias.
Su hija, su motor
Anita agradece tener una familia unida y que la ha apoyado siempre, habla con dicha de sus dos hermanos y de sus padres, con quienes vive en Guadalupe, pero confiesa que el motor de su vida es su hija, Ana Estefanía, quien tiene 15 años de edad y cursa la preparatoria.
Para la mujer de 42 años, su joven hija es la razón primera de su despertar y de su actuar, por la que todos los días sale a trabajar de sol a sol.
Dice, que, durante su tiempo libre, le gusta pasar tiempo con Ana Estefanía escuchando música y simplemente conviviendo en plena tranquilidad.
“La mayor parte del tiempo me la paso aquí en el trabajo, pero en los ratos libres me la paso con mi hija escuchando música, platicando y pues ahí con la familia. Ahí en casa somos seis, mis dos hermanos, mis padres, mi hija y yo”, resaltó.
En el futuro ideal, Anita contempla el poder tomar un curso de Reiki, pues se entiende como una persona espiritual, por lo que argumenta que este tipo de capacitación, que por el momento está fuera de sus posibilidades económicas, sería un factor benéfico para incorporar a su trabajo como masajista terapéutica.
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