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Muy joven... y muy perverso: mató y enterró a su amiguita

El estudiante de preparatoria se contactó por e-mail con Ana Nassar a quien le hablaba de su música preferida, de sus cómics y de sus sueños de ser un antihéroe.

Editorial Telediario Nacional /

MONTERREY.- Aunque en 2002 la tecnología no estaba tan avanzada como en la actualidad, los jóvenes de esos tiempos ya disfrutaban de internet, celulares y todos tenían ya su e-mail.

También en ese despertar cibernético resurgieron con más fuerza los videojuegos violentos, la música de heavy metal, los cómics con personajes siniestros. Muchos jóvenes se hicieron adictos a esa nueva forma de entretenerse.

Uno de ellos era el inquieto Julio Castrillón, quien a sus 16 años estudiaba la preparatoria, escuchaba música estridente y era adicto a las diversiones impetuosas.

Julio era hijo de un respetable político, quien le concedía casi todos sus caprichos. Tenía computadora, instrumentos para hacer ejercicio, cajas repletas de CD y cómics.

Como era muy extrovertido, tenía muchos amigos en San Jerónimo, donde vivía, pero con los que más convivía era con sus compañeros de la prepa, a quienes les contaba que mientras escuchaba cantar a Marilyn Manson se le aparecía el diablo y que le decía: “Te favoreceré”.

Les hablaba de los videojuegos de asesinos en serie, de los antihéroes, de los cómics y de que había conocido a una chica muy sexy por internet.

Las cosas empeoraron en su vida cuando comenzó a ingerir pastillas psicotrópicas. Su efecto le agradó, pues cuando escuchaba a Limp Bizkit se “prendía”, y en su cuarto gritaba y perdía la noción entre el bien y el mal.

Sus padres, que estaban ocupados en sus labores, no se percataron de la adicción de su hijo hasta que una tarde llegaron de improviso y escucharon cómo gritaba y bailaba slam de una manera frenética.

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Como pudieron lo controlaron y lo llevaron con un psicólogo, quien lo escuchó y le dio la confianza para que le platicara sobre sus ideales, gustos, traumas y fantasías.

Sus padres confiaban en que el psicólogo lo ayudaría a salir de su problema de conducta. El terapeuta dictaminó que estaba propenso a la esquizofrenia y a los actos irresponsables.

El psicólogo concluyó que necesitaba de medicamentos luego de que no tuvo resultados con la psicoterapia y por ello lo refirió con un psiquiatra, quien de inmediato le recetó fármacos para controlarlo, pero Julio dejó de tomarlos porque le daba sueño.

Fue precisamente en esos días cuando el joven se contactó por e-mail con una niña de 13 años de nombre Ana Nassar. Se hicieron buenos amigos.

Julio le hablaba de su música preferida, de sus cómics, de sus sueños de ser un antihéroe, y aunque a veces eran incomprensibles para ella, a Anita le agradaban sus conversaciones. Todas las noches platicaban por una aplicación de internet.

Cierto día Julio invitó a su amiguita a su casa para enseñarle sus CD y todas sus cosas de las que ya le había hablado. Anita, aunque era aún una niña, confiada aceptó.

Ese día, los padres de Julio no estaban. Aprovechó su soledad para drogarse y estar animoso para recibir a su visita. Anita llegó a su casa a la hora convenida y sonriendo se saludaron.

Luego de recorrer la casa, la invitó a su recámara. Confiada subió... Sorprendida miró los tesoros más preciados de su nuevo amigo. Julio le puso en la computadora un videojuego.

Mientras Anita jugaba, Julio tocaba su guitarra. Fue en ese momento cuando su cerebro entró en confusión, escuchaba voces. Se creyó que era el antihéroe de los cómics, un criminal.

Con los ojos desorbitados miró que a sus pies estaban las mancuernas de fierro con las que hacía ejercicio. Las agarró y con fuerza asestó el primer golpe en la cabeza de Anita, quien estaba de espaldas.

El grito de Anita se ahogó con el segundo golpe. La sangre salpicó paredes, piso y muebles. La escena era tétrica. Julio no se detuvo y siguió golpeando a su amiguita. Estaba muerta.

Durante algunos minutos se quedó mirando su obra macabra. Parecía estar feliz por lo que había hecho. Sacó de una caja sus cómics y libros. Ahí metió el cuerpo de su víctima.

Arrastró la caja por pasillos y escaleras. La dejó en el jardín. Llamó a la empleada doméstica y le pidió que lo ayudara a limpiar la sangre. La mujer horrorizada no se pudo negar.

Cuando llegaron los padres, la trabajadora corrió y asustada les dijo que su hijo había matado a una muchacha. Julio se los confirmó. Vieron el cadáver en el jardín.

El homicida la iba a enterrar. El ex diputado y su esposa pensaron en el escándalo en que se verían envueltos. Se hicieron cómplices. Entre los tres sepultaron a Anita.

El político habló con su esposa, hijo y empleada doméstica. Nadie debería saberlo. Horas más tarde, una hermana de Anita fue a buscarla. Le dijeron que no estaba ahí, que nunca había ido.

Los padres de Anita luego de buscarla con otras amiguitas denunciaron ante la Policía la desaparición.

Al otro día, como si nada hubiera ocurrido, Julio llegó a la prepa. Se notaba distraído. Les contó a sus compañeros que había matado a una chica. No le creyeron.

Por la tarde llegó al consultorio del psiquiatra, quien lo percibió extraño. Con perspicacia lo indujo a charlar. Julio con lujo de detalles le contó lo que había hecho.

Cuando el profesionista se quedó solo decidió romper el secreto profesional: notificó a la Policía. Le relató todo, incluyendo que los padres le habían ayudado a enterrar a la jovencita.

Todo coincidía con la desaparición de Anita. Agentes ministeriales llegaron a la casa de Julio y pronto descubrieron que la denuncia del psiquiatra era cierta.

El secreto no pudo ser guardado. Surgió el escándalo. Julio y sus padres fueron detenidos: él por homicida; ellos por cómplices.

El político y su esposa luego de varios meses de prisión pagaron una fianza y salieron libres.

Julio permaneció seis años internado en el Consejo Estatal para Menores. Salió libre en el 2008... Dijo estar arrepentido de un pasado que lo hace vivir un desolador presente.

La justicia que la familia de Anita le dejó a Dios llegó pronto, porque la ciudad no olvidará nunca el crimen que el joven asesino y sus padres enterraron, sin éxito, en el patio de su casa.

 

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