Siempre defendió narcos, pero un ladrón lo mató
Aunque fue conocido como el zar de los narcoabogados y siempre se consideró limpio y con la conciencia tranquila, sufrió dos atentados de los que salió ileso.
El 9 de agosto de 2009, cuando el abogado Américo Delgado de la Peña se enteró del homicidio de su colega Raquenel Villanueva, se estremeció.
Conmovido por la forma tan violenta en que había sido ultimada su colega, cerró los ojos y oró por el eterno descanso de su alma.
Raquenel había sido su discípula. A pesar de la diferencia de edades, ambos tenían los mismos ideales en el contexto de la jurisprudencia. Eran temerarios.
Américo que era muy creyente. Estaba consciente y aceptaba que nada se puede hacer ante los designios de Dios y más cuando su profesión los conduce por caminos peligrosos.
Al lamentar el fallecimiento de la abogada Raquenel dijo que todos, sin excepción, estamos a merced de la muerte y contra ella nada se puede hacer.
Sin duda que sus palabras eran sabias. En ese momento el abogado no se imaginó que su destino estaba próximo a alcanzarlo.
Américo Delgado de la Peña nació en 1925 en Monterrey, Nuevo León. En 1949 cuando tenía 24 años, obtuvo su título de abogado.
Desde sus inicios se pronunció por ser un abogado ético y profesional, su lema era utilizar el derecho al servicio de la justicia.
Oponerse a la ley injusta. Defender los derechos de sus clientes. Enfrentarse con firmeza a los abusos del poder, a las amenazas de daño a su persona y luchar por el bien común.
Otra de sus características que lo catapultó para ser un respetable y exitoso abogado fue sin duda su honestidad, valentía e integridad.
En su primera década como abogado, la mayoría de los casos que le fueron designados por sus clientes los resolvió favorablemente.
Gracias a sus éxitos, los clientes se multiplicaron, pero no solo lo buscaban por ser un buen abogado, sino porque no era abusivo al cobrar sus honorarios.
Otra de su virtudes, que no era ostentoso, jamás hizo alarde de su poderío económico, vestía con sencillez, casi siempre se le veía caminar por el centro rumbo a los juzgados.
No obstante que en su despacho tenía mucho trabajo, durante 20 años consecutivos impartió la cátedra de Amparo y Derecho Penal.
Por su entrega a la abogacía y sus aportaciones en la Facultad de Derecho y Criminología de la UANL recibió la medalla "Ignacio Burgoa Orihuela" y presidió la Academia de Ciencias Penales de Nuevo León.
Su fama como uno de los mejores litigantes tomó relevancia en 1998 cuando se hizo cargo de la defensa del sonado escándalo de los "cachirules".
Fue cuando se descubrió que la Selección de Futbol Sub-20 de México alineó a cuatro jugadores que sobrepasaban la edad reglamentaria. Su intervención fue sustancial.
Sin embargo, y ante el asombro de muchos, el abogado aceptó defender a muchos personajes indefendibles, entre ellos al que fuera el jefe del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillen, y a Juan García Ábrego.
También tuvo a su cargo la defensa del ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, acusado de narcotráfico. De ahí su agenda comenzó a llenarse de personajes peligrosos y polémicos.
Muchos creyeron que el abogado Américo había aceptado la defensa de clientes inmiscuidos en el narcotráfico para lucrar, sin embargo, lo que menos le interesaba al abogado era el dinero.
Nunca les cobró por adelantado, solo les pedía para los viáticos y gastos que requerían para la defensa. Cuando terminaba con los casos que aceptaba, cobraba lo justo.
Entre sus clientes estaban famosos capos como Benjamín Arellano Félix, Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, los hermanos Jesús y Adán Amezcua, llamados los reyes de las metanfetaminas, y a Gilberto García Mena "El June", del cártel del Golfo.
Logró la libertad de Miguel Ángel Treviño, piloto de "El Chapo" Guzmán, y de centenares de personas acusadas por diferentes delitos.
Como las defensas que tenía que realizar eran en el Distrito Federal (CDMX) o en el Estado mexiquense, en el 2001 abandonó Monterrey y se fue a vivir a Toluca. Tuvo muchos éxitos.
Aunque fue conocido como el zar de los narcoabogados y siempre se consideró limpio y con la conciencia tranquila, sufrió dos atentados: en el 2002 y 2004 cuando salía del penal del Occidente. Salió ileso.
Américo siempre fue un hombre muy religioso, incluso llegó a decir que si no hubiera sido abogado, sería sacerdote.
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Tal vez por esa religiosidad, cada vez que llegaba a un juzgado, en silencio decía una plegaria: "Señor, dame tu luz para que ésta sea la que me guíe en todo momento. Haz que tu voz impregne la mía cuando alegue en un tribunal. Líbrame de todos los obstáculos para obtener la libertad de mis hermanos".
Quizá sus oraciones eran su arma espiritual y su escudo para protegerse del mal. Nunca tuvo guardaespaldas. Aunque su caminar era lento, sus pasos eran firmes y confiados en su ir y venir.
El 28 de marzo de 2009, cuando el aguerrido abogado Américo Delgado de la Peña, de 84 años, se encontraba en su oficina, ubicada en el fraccionamiento Villa Fontana en la colonia Independencia, de la ciudad de Toluca, la muerte tocó a su puerta.
Tres sujetos armados con pistolas y cuchillos después de estacionar su camioneta, de manera violenta irrumpieron en la oficina. Luego de atar al asistente a sangre fría acuchillaron al abogado. Nadie los pudo auxiliar.
Tras robarles carteras, relojes y todo lo que encontraron de valor en la oficina, huyeron. Cuando llegaron los paramédicos, Américo ya no tenía signos de vida. Uno de los ladrones lo había asesinado.
Cosas del destino. Los narcos a los que defendió y se enfrentó nunca atentaron contra su vida, sin embargo, quien lo asesinó fue un vulgar ladrón.
Pero como él lo dijera 19 días antes, cuando se enteró de la violenta muerte de la abogada Raquenel Villanueva: "Contra la muerte nada se puede".La paradoja de su triste final, de morir asesinado víctima de unos asaltantes, sea tal vez la evidencia más clara de que, pese a ser un "abogado del diablo" por el tipo de clientes que representaba, su ética profesional pesaba más que sus cuentas bancarias.
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