Madres buscadoras fingen ser 'ficheras' en burdel para intentar encontrar a sus hijos
Laura Hernández encaró a un líder narco para preguntarle sobre su vástago y Aracely Salcedo se tatuó el rostro de su niña ausente.
En los relatos de las madres que sufren por la desaparición de una hija o un hijo hay escenas de horror, pero también historias de coraje y arrojo. Eloísa se vistió de forma atrevida para pedir trabajo de fichera en un bar de mala muerte, donde creía que estaba secuestrado su hijo. Laura, envuelta en una cobija, se acomodó dentro de una camioneta para poder consultar a un jefe de plaza de Los Zetas si tenía a su hijo o lo había matado. Aracely se tatuó un par de serpientes y el rostro de su hija para paliar el dolor de su desaparición y seguir investigando. Todas ellas son intrépidas madres buscadoras que, frente al dolor, acabaron perdieron el miedo.
- Te recomendamos Ordenan liberación de 'El Güero' Palma Nacional
En Veracruz, el corredor industrial-montañoso de Córdoba-Orizaba es uno de los “focos rojos” en materia de desaparición y desaparición forzada. Aquí en la última década han delinquido con apoyo policial, Los Zetas, Sangre Nueva Zeta, Ántrax y recientemente el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Otras ciudades de alta incidencia en desaparición son la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, la capital Xalapa, Coatzacoalcos y el corredor petrolero de Poza Rica y municipios aledaños.
De acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), en la entidad hay 9 mil 980 ciudadanos en estas circunstancias entre el 9 de mayo de 2013 y el 9 de mayo de 2023. De éstos, sólo han sido localizados el 47%. Una de las cifras más lamentables es que 372 han sido encontrados sin vida.
A nivel nacional, 193 mil 255 personas han desaparecido en la última década. Veracruz se encuentra en el sexto lugar, sólo por debajo de:
- Estado de México (23 mil)
- Jalisco (19)
- Nuevo León (13)
- Tamaulipas (11)
- Chihuahua (10).
En la boca del lobo
Eloísa Campos Castillo se cansa de caminar. Desde el 2 de agosto del 2014 busca a Randy Jesús Mendoza Campos, su hijo, quien desapareció cuando contaba con 22 años. La señora en sus ratos libres y cuando la edad aún no le pasaba factura, andaba sin rumbo fijo por las calles de Ixtaczoquitlán, Orizaba, Ciudad Mendoza y Río Blanco, todas en Veracruz, en búsqueda de pistas para dar con el paradero de su hijo.
A Eloísa ya nada le da miedo. A través de un mensaje anónimo que le hizo llegar una sexoservidora de un bar de mala muerte en una localidad cercana, recibió una pista de que a su hijo lo tenía un líder regional de Los Zetas, Lalo el Conta, o Eduardo González Barrera, hoy preso en una cárcel de Puebla por narcotráfico.
Ante la inacción de las autoridades, Eloísa no dudó. Se vistió con “ropa vulgar”, falda corta, un labial estridente, medias llamativas y fue al bar para simular que buscaba trabajo.
“Llegué hablando en voz alta, si a mi hijo lo tenían contra su voluntad, retenido, yo quería que me gritara ‘¡Mamá ayúdame, sácame de aquí!’, si eso hubiera pasado, quién sabe en qué riesgo lo ponía a él y a mí… pero no pasó. Sólo salió una mujer malencarada a decirme que no había trabajo y que me fuera. Entonces pedí una cerveza como para estar más tiempo y tratar de encontrar algo, pero nada, fue en vano”.
La historia que había llegado a los oídos de Eloísa era que Lalo el Conta, quien está en prisión desde el 2017 y trasladado a varios penales ante las amenazas de muerte por parte de sicarios del CJNG, llegó borracho y drogado a una “casa de masajes” en Orizaba para contratar los servicios de una prostituta. Ya en la habitación, arrojó un papel con fotografías de Randy Jesús, una ficha de búsqueda de esas que se pegan en casetas telefónicas y en bardas de predios abandonados en Orizaba.
“Si supieran donde lo tengo”, dijo a carcajadas a la mujer que había contratado. Luego del servicio sexual, El Conta se fue, pero dejó la ficha de papel. La mujer de la casa de citas contactó a la familia. Para obtener más información y dar con el paradero de Randy Jesús, en dos ocasiones Eloísa le pidió a un pariente hombre que solicitara “un servicio a domicilio” con la misma muchacha, pero no hubo éxito.
¡Qué huevos tiene usted!
Laura Hernández Cano busca a su hijo Cristian Orlando Pérez Hernández desde el 20 de julio del 2014. El muchacho “salió a comprar una estufa en liquidación” y ya no volvió. “Se lo tragó la tierra”, dice su madre. A los tres meses de búsqueda, de tanto insistir, el secretario de la Fiscalía Regional, Jesús Huerta, le soltó malhumorado a Laura: “Ya para qué lo buscas, ya debe de estar muerto”.
Laura entró en pánico, pero tenía que hacer algo. Trabajaba en la cocina de un restaurante frecuentado por traileros y por sicarios de Los Zetas, y con el Jesús en la boca, le pidió al jefe de los halcones del cártel –vigías apostados en lugares estratégicos– que lo llevara con el jefe de plaza para preguntar por el joven.
El hombre aceptó y pasó esa misma tarde por Laura. “¡Vas a aguantar vara y en el camino no preguntes nada!”, le advirtió. La subió en el asiento trasero de una camioneta, la tapó con una cobija y le ordenó que bajo ninguna circunstancia debía destaparse o abrir los ojos. Luego de un rato llegaron a un punto. Laura bajó de la camioneta. Se tapaba medio cuerpo con la cobija. Salió el jefe de plaza de Los Zetas y a rajatabla le soltó: “¿Tienes idea de dónde te viniste a meter y el riesgo que corres?”
Ella no perdió el aplomo y respondió: “Solo quiero saber si tienen secuestrado a mi muchacho, si lo tienen o me lo mataron, entréguenmelo”. Con nada que perder, les ofreció datos precisos: “Tiene un tatuaje especial, como de un payaso de arlequín. Si usted me dice que ya me lo mataron y me quieren matar aquí, no hay problema”.
El jefe de plaza estaba impresionado. “¿Así de plano?”, la inquirió. “Si mi hijo ya no está vivo, ya nada me importa”, confirmó la señora. El criminal le informó: “No lo tenemos, pero por los huevos que tienes de venir a meterte aquí, si llegamos a saber algo de él, te avisamos. No te preocupes, nosotros sabemos dónde vives”.
Laura salió con vida de ese infierno, en la localidad de Escamela, en el municipio de Ixtaczoquitlán. Le quedaba una pizca de esperanza para hallar a Orlando, su hijo que alguna vez fue miembro de la policía municipal, de la que salió porque su comandante balaceó a un ganadero y su gente tomó como rehenes a varios policías para hacer justicia. Después de ese altercado, Orlando prefirió hacer maletas e irse a trabajar a Tijuana a una clínica del IMSS como guardia de seguridad privada.
Al hijo de Laura Hernández le quedaban solo seis días de vacaciones en Orizaba, había ido a bautizar a su hija antes de regresar en autobús a la frontera. Pero desapareció y ya no pudo volver a su nuevo empleo.
Cuando Laura Hernández quiso poner la denuncia por la desaparición de su hijo, la Fiscalía la tuvo más de seis horas esperando. Había una prioridad: la hija de Francisco Amador, entonces alcalde de Ixtaczoquitlán, estaba rindiendo declaración para denunciar por robo de joyas a su empleada doméstica.
Diez años, un tatuaje, un colectivo
Aracely Salcedo Jiménez se recuerda restregando con jabón la espalda a su hija Fernanda Rubí Salcedo, para borrarle un tatuaje temporal con aceite. Ese día la reprendió fuertemente: “Pinche chamaca rebelde”, le decía mientras le limpiaba la piel. No se imaginaba que más de 10 años después, ella misma, a sus 54 años, se tatuaría de forma permanente el rostro de Rubí, acompañada de una ofrenda de rosas, una mariposa, un coralillo y una mamba negra para conmemorar la desaparición de su hija, secuestrada por un comando armado de Los Zetas en la ciudad de Orizaba.
A su hija la ha buscado en más de cinco fosas clandestinas de la región y a lo largo de estos 10 años Aracely Salcedo fundó el Colectivo Buscando Nuestros Desaparecidos Córdoba-Orizaba, que en esta región montañosa ya encontró 53 cuerpos en el cementerio clandestino de Campo Grande en Ixtaczoquitlán entre 2020 y 2022; en los Arenales en Río Blanco rescataron 23 cuerpos; en el predio Santa Ana en Atzacan, el colectivo extrajo 15 cuerpos.
Por si eso no fuera suficientemente trágico y escandaloso, otro gran dolor de cabeza para el gobierno federal y local, son las fosas de Calería en la congregación de El Porvenir, en Córdoba, pues de ahí fueron extraídos más de 15 mil fragmentos óseos de un número indeterminado de cuerpos. Autoridades y fiscalías no saben ni por dónde comenzar la identificación de este rompecabezas gigante, debido a que varios cuerpos fueron incinerados.
“Hoy mi mayor temor es morirme y que Rubí quede en el olvido. ¿Quién va a buscar a mi hija si yo ya no estoy, quién exigirá justicia por ella?, ella no merece quedarse para siempre en la oscuridad, o en un pozo artesano. Mi hija merece volver a casa en las condiciones que sean”, dice la compungida madre.
Muñecos sanadores
En las montañas de Orizaba, con la ayuda de la artesana Ara Lefa, madres rellenaron con ropa de sus hijos desaparecidos unos muñecos de trapo que ahora llevan a todas las protestas y marchas. Es una terapia de recordar al ser querido ausente.
Aracely Salcedo, Laura Hernández, Eloísa Campos, María Elena Muñoz, Verónica Alvarado, Sandra Huber y otras madres más, en esta región montañosa han acogido el proyecto de “muñecos sanadores” para paliar el dolor, platicar con ellos, visibilizar su desaparición y utilizarlos como terapia psicológica para soportar su ausencia.
Este corredor montañoso industrial durante varios años fue disputa de las organizaciones delincuenciales de Los Zetas, el grupo Ántrax y recientemente Sangre Nueva Grupo Zeta y el Cártel Jalisco Nueva Generación. Con este mapa criminal, la trata de personas, el reclutamiento forzado de jóvenes como sicarios y la desaparición forzada de personas ha sido la constante durante los últimos tres gobiernos, desde Javier Duarte, pasando por Miguel Ángel Yunes y actualmente con Cuitláhuac García Jiménez. En todos ellos, la complicidad y omisión de policías municipales, Fuerza Civil y Fiscalía General del Estado (FGE) han jugado un papel protagónico.
El “muñeco sanador” de Miguel Ángel García Muñoz porta una gabardina verde de las fuerzas castrenses. El verdadero Miguel desapareció el 27 de agosto del 2012 a la edad de 28 años, cuando se dirigía a su primer día de clases en la Facultad de Derecho. García Muñoz había sido militar tres años y cinco años más policía municipal. Micky, como le decían en la familia, desertó del Ejército Mexicano luego de ser emboscado junto con varios de sus compañeros por el crimen organizado en Chiapas.
A Miguel Ángel le gustaba escalar y lanzarse en paracaídas desde helicópteros en los tres años que estuvo en el Ejército. Desistió de la disciplina militar a petición de su madre y luego de la emboscada, pero resultó peor pues ingresó como policía municipal de Río Blanco en 2005, en el que tuvo tan buen desempeño que ya en el 2007 era segundo comandante de la corporación y luego recibió la invitación para ser primer comandante, pero de la Policía Municipal de Nogales.
“Amaba la carrera de policía, pero también le encantaba el derecho penal”, recuerda su hermana Melissa. Micky dejó la carrera policiaca a inicios del 2012 cuando el tsunami de violencia azotó a toda la región del Golfo de México y Veracruz. Zetas, Ántrax y Gente Nueva disputaban la plaza.
A pesar de la desaparición de Miguel, su madre, Norma García, no quiso levantar una denuncia. Tuvo miedo de que su otra hija corriera con una suerte semejante, y pensó también en los hijos pequeños de Miguel. Tantos sinsabores le ocasionaron diabetes más otras complicaciones físicas y la señora finalmente murió en 2016. Hasta entonces, un año después, la familia García Muñoz se atrevió a poner una denuncia.
María Elena García, tía de Miguel y quien hoy está abocada a la búsqueda, cree que su sobrino fue levantado por una venganza, derivada de una detención que hizo en el pasado. “Hay versiones de que lo subieron a una patrulla de la policía, nos dijeron que iba muy golpeado. La señora que lo vio no supo decirnos si era policía municipal o estatal”. María Elena, mientras carga el muñeco militar, no descarta que lo hayan entregado al crimen organizado pero el hecho es que a su sobrino se lo tragó la tierra y hoy no saben a ciencia cierta qué le pasó.
Videntes y tarot para ubicar su paradero
Sara Huber Pacheco tiene 73 años y desde el 3 de septiembre del 2013 busca a su nieto, Ramón Antonio Ponce. Cree que le queda poco tiempo de vida, y lamenta que su “viejito”, Ramón Ponce, haya muerto hace tres años sin saber nada de su nieto. El joven de 18 años le decía “papá”. El muñeco sanador de Ramón Antonio fue hecho con la última playera polo verde que le regaló su abuelo.
Ramón Ponce estudiaba Ingeniería Mecatrónica en el CETIS de Orizaba. También trabajaba en un taller mecánico donde pintaba carros. No iba a fiestas ni fumaba, quería ser ingeniero y romper la tradición en una familia donde la mayoría eran traileros.
“Han pasado más de nueve años y no sabemos qué pasó con él. Hay versiones de conocidos que lo vieron jalonearse cuando lo subieron a la fuerza en una camioneta, pero como tal, no sabemos nada, se lo tragó la tierra”, dice Sara Huber.
Hoy en la búsqueda de Ramón Antonio, participan ella, otros nietos y su hermana. La mamá del joven desaparecido vive en el estado de Mississippi, Estados Unidos, donde trabaja para sacar adelante a la familia y desde allá elabora las fichas de búsqueda de los desaparecidos de Córdoba y Orizaba.
La desesperación de la familia Ponce Huber llegó a tal grado que ante la inacción de la Fiscalía y de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) llegaron a visitar a videntes y lectores de tarot para tratar de hallar una pista sobre su paradero. Estos trabajadores esotéricos tenían una coincidencia: que al joven Ramón Antonio lo tenían en un cuarto oscuro, lo alimentaban a cuentagotas y que lo golpeaban mucho para obligarlo a trabajar.
“Mi hijo, mi muchachito, era un ángel, trabajaba. Era muy disciplinado, tenía su carita todavía de niño, pero me daba pa’l gasto, y a mi viejito le daba para sus cigarros. No tenía problemas, desapareció y nos acabó la vida. Hoy le pido a Dios que me diga a dónde se lo llevaron, dónde me lo dejaron. Sé que en la fila de favores al Creador tal vez soy la última de la lista, pero no me quiero morir sin saber dónde me lo dejaron”.
Solo iba a ver un clásico…
Edgar Isaías Aguirre Alvarado es un americanista de corazón. Salió de su casa en Orizaba el 18 de mayo del 2019 para acudir a un bar a ver el clásico América-Chivas. No ha vuelto a casa. Lo busca su madre, Norma Verónica Alvarado Ramos. Su pareja de aquel entonces le marcó a Edgar en la madrugada para que ya volviera a casa. Él todavía alcanzó a responder: aseguró que en unos minutos lo haría; después el teléfono sonó apagado. A la mañana del día siguiente, con palabras altisonantes, gente del narcotráfico pidió un rescate. Entre toda la familia juntaron el dinero, pero el joven americanista no volvió a casa.
“No fue fácil, pero lo juntamos, se entregó el dinero, pero mi hijo no regresó. Luego supimos que otros dos jóvenes más estaban con él, también fueron secuestrados. Ya vamos a cumplir cuatro años de su desaparición, lo hemos buscado en los cerros, en los montes, en hospitales y al día de hoy no sabemos nada, es muy desesperante”.
Norma Verónica Alvarado, madre de Édgar Isaías, narra que su hijo tenía un taller de cristales y aluminios y que cada ocho días se juntaba con sus amigos a jugar futbol. Tenía una vida muy tranquila, pues ya con dos hijos “había sentado cabeza”. Reprocha que en el bar donde fue secuestrado su hijo las cámaras, casualmente, no servían.
Hoy Verónica suele refugiarse con frecuencia en el muñeco sanador. “Está hecho a base de su playera y pantalón de trabajador. Esta ropa no estaba lavada, incluso el pantalón tiene puntitos negros, porque ahí se limpiaba las manos luego de trabajar con el aluminio. Cuando salimos, al muñequito le pongo su desodorante y me acercó a él, pareciera que lo oliera. Cuando llegan esas crisis de nostalgia y tristeza, yo lo abrazo, lloro, platico con él. Me refugio”.
Verónica Alvarado admite que a veces se siente “loquita”, pues cuando sale a la búsqueda deja al muñeco sanador en la sala de la casa y le comenta que ojalá ese día sí haya fortuna y pueda regresar con el verdadero Edgar Isaías a casa.
“Expertos” que desarticulan cuerpos
Aracely Salcedo admite que, tras 11 años de búsqueda de Fernanda Rubí, a quien se tatuó en la cara, ya no tiene las mismas fuerzas de antes. El desgaste emocional y físico le ha pegado: “Nos estamos muriendo en vida, no sabemos nada de nuestros hijos”.
Cuenta que, aunque algunas personas ya tienen más referencias de dónde ir a buscar a sus cercanos, el problema es que los desaparecidos no disminuyen, “cada día vemos más caras nuevas, madres y hermanos que antes no marchaban y que ahora lo hacen porque tienen a un hijo o un hermano desaparecido”.
La madre de Fernanda Rubí se hizo célebre pues encaró en Orizaba al exgobernador Javier Duarte por la desaparición de su hija; posteriormente, Aracely y otras madres buscadoras fueron la primera visita que recibió el priísta Duarte en la prisión de Matamoros cuando fue detenido en Guatemala. Ya con los demás gobiernos de Miguel Ángel Yunes, del PAN, y de Cuitláhuac García, de Morena, Aracely también ha encabezado protestas.
En esta región veracruzana es común que la realidad supere a la ficción. Como si se tratase de película de terror, en el caso de Campo Grande, en Ixtaczoquitlán, de los 53 cuerpos ya extraídos, 18 ya fueron identificados. Estos restos humanos fueron sacados de la tierra por buscadores y por forenses de la Fiscalía completamente “desarticulados”. No desmembrados, que es una cosa muy distinta.
Explica Aracely Salcedo que todo indica que los victimarios contrataron a un especialista para hacer cortes muy finos y calculados de las personas que enterraron en dicha fosa clandestina. Este experto cortó brazos, cabeza, piernas, torso y otras extremidades, con la misma destreza como quien disecciona las partes de una res. Esa brutalidad que en su momento imprimieron Los Zetas y los Ántrax, hoy la han replicado gente del Cártel Jalisco Nueva Generación.
En Campo Grande se tuvieron que suspender las labores de búsqueda no porque haya la certeza de que ya no hay cuerpos, ni tampoco por desidia de los colectivos, sino por las intimidaciones, halconeo y mensajes velados del nuevo grupo delincuencial que hoy tiene el control de la zona.
cog
- Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de TELEDIARIO; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.