Traficante que vendía armas a 'El Marro', líder del Cártel de Santa Rosa de Lima; ahora está libre
Durante un período de cuatro años, 'El Matadito' suministró lanzagranadas y explosivos al Cártel de Santa Rosa de Lima. Después de ser liberado de prisión, huyó a los Estados Unidos, desde donde relata su historia.
A las 11:00 horas, El Matadito seguía repantingado en la cama. No tenía horario de trabajo y aquel día le dio por ver la televisión. A su alrededor, lo de siempre: un montón de rifles de alto calibre, refacciones, cargadores, municiones, lanzagranadas... es decir, nada extraordinario en la jornada laboral del principal proveedor de armas del Cártel de Santa Rosa de Lima.
En medio de su modorra y apenas percibiendo los cuchicheos de los actores en la tele, alcanzó a escuchar el grito desesperado de su madre. El hombre, cuyo nombre y apellidos reales prefiere encubrir, pero al que se le llamará en este reportaje El Matadito, se incorporó y buscó sus chanclas. Andaba en short y camiseta, muy en su plan de home office. “Ya se cayó”, pensó, “voy a levantarla”.
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Se encaminó hacia la puerta de entrada de la casa ubicada en una de las comunidades rurales de Guanajuato, pero se quedó en el umbral, sorprendido por la escena que tenía frente a sí: agentes de la Guardia Nacional habían inmovilizado a la mujer mientras otros fueron sobre él y otros tanto se esparcían por el inmueble y sus alrededores.
A él lo sentaron en una silla. Hurgaron en las mochilas y en el patio trasero donde El Matadito tenía su centro de operaciones, es decir una computadora bajo el tejado fresco y con vista a abundantes plantas y árboles.
Esas fueron las evidencias que buscaban los policías para dar la estocada aquel 2 de agosto de 2020 al Patrón José Antonio Yépez, mejor conocido como El Marro, quien había sido capturado minutos antes en el municipio de Santa Cruz Juventino Rosas, en un operativo militar que le seguía los pasos desde meses atrás con drones, helicópteros Black Hawks e infiltrados, según información que robaron hackers al Ejército mexicano y dada a conocer en el escándalo conocido como Guacamaya Leaks.
El Marro era acusado por el gobierno federal de robar combustible de los ductos de Pemex cercanos a una de las refinerías de la paraestatal ubicada en Salamanca, Guanajuato, cerca de la comunidad que dio nombre a la organización criminal nacida en 2014: Santa Rosa de Lima, en el municipio de Villagrán.
El robo de combustible o huachicoleo, le daba a Yépez ganancias por alrededor de un millón 800 mil pesos por día, según los documentos de Sedena expuestos por Guacamaya Leaks y revelados por este diario en noviembre pasado. Esa bonanza era evidente para sus trabajadores. El Matadito recuerda que ‘El Patrón’ nunca regateaba por los precios del armamento que él empezó a venderle desde el 2016.
“Rifles de asalto, granadas, lanzagranadas, cargadores, chalecos antibalas, explosivos, de todo. Yo solo le decía ‘hay esto’ y él decía que sí: 100, 200, 400 piezas y me daba el dinero”, revela el personaje bajo seudónimo en entrevista con MILENIO. “Con el tiempo empezó a darme un sueldo semanal, más o menos de 8 mil pesos, más lo que yo ganaba como intermediario”.
El precio de las armas dependía de la marca y las condiciones de cada una, ya fueran nuevas o usadas. En promedio, las cortas (glock, beretta y colt) costaban al Cártel de Santa Rosa entre 20 mil y 50 mil pesos; las largas (AR15, M4 o AK47), entre 40 mil y 70 mil. Las granadas, entre 20 mil y 40 mil, fueran de mano o lanzagranadas; los rifles antimaterial o de francotirador y las ametralladoras, de 300 mil a un millón de pesos.
“Yo me ganaba entre el 10 y el 20 por ciento”, calcula El Matadito. “Hasta cuatro veces más si las chapeaba en oro, porque es más de arte”.
El Matadito afirma que El Marro era un buen “hombre de negocios”: muy justo a la hora de hacer las transacciones, cumplidor en los pagos y sobreprotector con los suyos, a pesar de la fama de sangre fría para ordenar los asesinatos de enemigos en solitario o en grupo, como la matanza de 27 personas de un tirón en un centro de rehabilitación de Irapuato.
Por eso, cuando la Guardia Nacional trasladó al traficante de armas a la ciudad de Guanajuato para procesarlo judicialmente después de su captura, este no dudó en que El Marro desplegaría a su equipo de abogados para ayudarlo. Astutos, inteligentes y bien pagados, los litigantes de Yépez se dieron cuenta de que los guardias cometieron muchos errores en el proceso de detención de El Matadito.
No tenían orden de aprehensión, manipularon evidencias, se llevaron pedazos de armas y las regresaron en cajitas para la foto… ¡y todo quedó filmado!
El juez no tuvo otra opción que quitarle los cargos, y El Marro le mandó a decir: “Vete”, así que con esa venia El Matadito cruzó la frontera y así quedó atrás un intento más de vivir de su inteligencia y talento en su propio país, México.
Un buen muchacho en malos pasos, decían
En cuanto supo que El Matadito había vuelto a Estados Unidos en 2020, El Faisán sintió que el alma le regresó al cuerpo. Durante meses había seguido de lejos y en silencio los pasos de uno de sus primos favoritos, preocupado porque la gente rumoraba que andaba en malos pasos.
“Decían que era parte del cártel principal, pero nadie de la familia podía creerlo porque El Matadito era un chavo bastante serio y muy enfocado a sus hijos y a su trabajo”, cuenta El Faisán, también desde el anonimato, por razones de seguridad. “Él siempre había sido muy inteligente y era difícil de entender que empleara en eso su talento”.
Pero no era mentira. Ahí andaba El Matadito, uno de los pocos chicos del pueblo que terminó el bachillerato, que emigró a Estados Unidos tras el rechazo de la academia de pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana, aquel que volvió a intentarlo, que iba y venía de uno y otro lado del Río Bravo en busca de un propósito que encontró al graduarse como ingeniero metalúrgico en Guanajuato.
Desde esos tiempos, en el 2016, ya había mucho trabajo para los ingenieros metalúrgicos en las empresas automotrices asentadas en el Bajío. El Matadito ya tenía varias ofertas laborales donde había hecho sus prácticas profesionales y aguardaban por su titulación.
Pero su vida se retorció por un accidente de motocicleta. Previo a la graduación derrapó su vehículo y se fracturó la cadera, la pierna y el pie derechos, la clavícula y los dedos de la mano izquierda. Le cortaron 11 centímetros del fémur para hacerlo crecer a su tamaño normal y para que soportara tantas cirugías y dolores, los médicos le daban opioides. Y resistió.
Cuando salió del hospital regresó a casa de sus padres. Se había separado de su pareja desde antes del accidente, aunque vivían en el mismo pueblo. Veía poco a sus hijos y se puso ocioso. Pasaba los días entre la búsqueda de empleos para discapacitados y el estudio de las armas, su funcionamiento, los tipos, los fabricantes.
Una cosa lo llevó a otra y, de pronto, se dio cuenta de que ya era parte de un montón de grupos de Facebook dedicados a la compraventa de armas sin papeles, una actividad que aún retoza próspera debido a las lagunas en la ley de control de armamento en Estados Unidos.
Ioan Grillo, periodista y escritor de temas relacionados al narcotráfico, explica a MILENIO que cuando empezó a crecer la popularidad de este giro de negocio en las redes sociales, la gente que quería adquirir o vender armas sin papeles aprovechó la oportunidad.
“Estas transacciones entre particulares no necesitan papeles, ni licencia, pasaporte ni residencia, nada: es un hueco en la ley”, confirma el especialista.
Cuando los desarrolladores de las redes sociales se dieron cuenta de lo que estaba pasando, pusieron algoritmos para bloquear negociaciones que incluyeran las palabras uzis, calibre 50, AR15, AK47, etcétera, pero el comercio siguió y se vendían armas, cartuchos e implementos con palabras clave.
“Ellos dicen estoy vendiendo un ‘estuche’ para pistola y la gente entiende de qué se trata”, destaca el autor del libro Blood gun money.
La compra y venta de armamento en redes sociales es una vía que tienen los particulares junto con las ferias de armas (guns shows) o el boca en boca. Grillo afirma que este modus operandi de la venta sin papeles representa entre un 20 y un 25 por ciento del tráfico ilegal; otra parte lo hacen “compradores de paja” que no tienen historial criminal y acuden a las tiendas a adquirir cantidades sin control, como en un caso de Phoenix donde una sola persona adquirió 750 altos calibres.
Amas de casa que, con un papelito en la mano entran a buscar calibres 50, jóvenes de apenas 20 años que buscan pagar en efectivo 10 ametralladoras.
“Son sospechosos, pero en las tiendas de armas no tienen restricción de compra porque hay un hueco legal que no obliga al vendedor a revisar al comprador ni existe una base de datos gubernamental, solo un registro en los expendios”, dice Ioan Grillo.
Después los cárteles cruzan las armas a México de diversas formas; en coches, a pie en sistema hormiga, en partes. Debido a esto el gobierno mexicano mantiene una batalla legal, que aún no se resuelve, en contra de los productores y vendedores de armas estadunidenses.
Vender muerte desde la computadora
Lejos de la maraña legal, El Matadito por sí mismo se dio cuenta de que podía conseguir cualquier armamento de manera muy sencilla.
Que había ofertas en cualquier estado de la Unión Americana, incluso de México, y que, si podía distinguir a timadores de los vendedores reales, era capaz de pedirlas y le llegaban a la comodidad de su domicilio mientras disfrutaba de la naturaleza circundante.
Así se hizo de su propio equipo. Cuando sus heridas empezaron a sanar y pudo caminar un poco mejor, se ofreció de voluntario en las guardias rurales que empujaba el entonces presidente Enrique Peña Nieto como una opción oficial similar a los grupos de autodefensas.
“Yo quería ayudarlos porque les daban rifles muy viejos y los militares no les ayudaban a hacerlos funcionar. Les hacían falta piececitas, resortes, y yo se los conseguía”, recuerda.
Un día se acercó a él un infiltrado del cártel en las guardias rurales y le preguntó si podría conseguirle algunas cosas. “Así conocí a la gente de El Patrón y luego a él mismo”, refiere El Matadito.
Además, no necesitaba de ninguna inversión personal. El Marro le daba el dinero y el traficante compraba. Claro que sabía el uso que se les daba a las armas, que parte de las más de 3 mil muertes anuales en el estado tenían una firma, que el Cártel de Santa Rosa de Lima se estaba expandiendo y que tenían que vigilar que los rivales no se metieran con ‘su’ combustible.
El Matadito no veía con sus propios ojos las consecuencias sangrientas de sus actos, las cuales ocurrían lejos de su equipo de cómputo; pero sabía del dinero a raudales que servía para hacerle frente a un apuro personal mayúsculo y constante que tenía entonces: conseguir el medicamento cuya base eran opioides a los que se había hecho adicto tras el accidente.
“En eso gastaba todo el dinero, es más caro que la droga”, recuerda. “Si no lo tomas pasa igual que con cualquier sustancia, la abstinencia te da ansiedad, fiebre, me ponía de mal humor, no podía comer ni dormir. Me quería morir, en pocas palabras”, detalla.
No buscaba un efecto en especial, sólo tomar una dosis para estar tranquilo, tener hambre, dormir y convivir un poco con su familia, levantarse de la cama y salir al rancho con los amigos, un ratito nada más porque no es muy sociable. Lo suyo era buscar armas, pasar un rato con la novia, pero ella lo dejó cuando se enteró de su trabajo.
Pueblo chico infierno grande. Todos en Santa Rosa de Lima, de apenas 2 mil 600 habitantes, sabían qué hacía cada quién y así saltaban las noticias en Facebook de ahí hasta Estados Unidos.
El Matadito se movía discretamente, pero su primo El Faisán leía en Facebook el odio entre vecinos –antes amigos de infancia–, amenazas de muerte, fotos de asesinatos cumplidos y los rumores que le hacían pensar que sería mejor que su pariente estuviera en la cárcel antes de que terminara muerto.
Cuando se enteró de que El Matadito había logrado una tercera vía a través de la fuga hacia la Unión Americana, fue a ver a su primo:
“Me pareció que era el mismo de siempre tratando de salir adelante”, admite El Faisán.
Arriba de los techos que hoy repara para ganarse la vida en Estados Unidos, el migrante prefiere pensar en aquella etapa como “un empleo más”; después de todo, tras la captura de El Patrón las cosas fueron de mal en peor, el huachicoleo sigue y se sumaron “extorsiones y secuestros que antes no había”.
Solamente le duele que después del lío de la persecución de la guardia nacional, su encierro y liberación, mataron a la madre de sus hijos en un asunto que aún no se esclarece.
La versión de El Matadito es que, antes de huir a Estados Unidos, pidió a su ex pareja que se fuera con él junto con los hijos de ambos para ponerse a salvo; ella autorizó que se llevara a los niños, pero le pidió tiempo para mudarse también con la hija que tuvo con otra pareja, y para despedirse del nuevo galán.
El Matadito cruzó con los niños y ella se quedó. A los pocos días, la mujer recibió un balazo en plena calle. Algunos testigos dijeron que la escucharon discutir con el novio y luego el disparo. ¿Fue culpa de las acciones de ‘El Matadito’? Él mismo no se culpa, no es tan simple, concluye. Pero se siente triste.
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